lunes, 18 de junio de 2012

Volar remando

Nadie puede imaginarse lo que es la situación; ni siquiera haciendo yo uso de todo mi poder descriptivo. De las peores cosas que le podía pasar a mi tripulación esa le había pasado. Habíamos caído al agua con tal fuerza, con tal violencia que el barco rápidamente se llenó de agua y nos hundimos. Siempre habíamos teorizado sobre el asunto, sobre aquello que deberíamos hacer si el barco se hundía; porque era especialmente fácil de decir: remar, remar y remar. Seguir remando o remar más que nunca.
Veníamos volando en nuestra nave particular; una especie de barco de nogal, de unos cincuenta pies de largo que a fuerza de puro remar tenía la capacidad de volar por el cielo. Ni la ingeniería del barco ni los remos eran mágicos (no se confundan), era nuestro espíritu, el de los remeros, el que había descubierto determinada forma de remo que le permitía a nuestra nave elevarse y mantenerse en el cielo. Y así anduvimos aterrizando en el agua y despegando, paseando por el cielo, cruzando nubes y piloteando vientos. 
Yo siempre estuve ubicada en la proa, más precisamente como el timonel que no tenía nuestra embarcación, cumpliendo un rol fundamental: el de marcar el ritmo, alentar al equipo, percibir los vientos y dar todo tipo de indicaciones, como me gusta a mí.
Pero esa tarde de otoño sucedió lo inesperado: un viento arremolinado nos hizo perder tanta altura en tan poco tiempo que la caída fue inevitable. Intentamos un aterrizaje forzoso pero, no funcionó. Caímos con mucha velocidad y el hundimiento fue inminente. Todos seguíamos en nuestros lugares con nuestros remos pero, todo ahora abajo del agua, un lugar muy difícil para los que vivimos del aire. Me desesperé; sabía racionalmente lo que tenía que hacer pero, no podía traducirlo en hechos. Estar sin respirar, sin poder hablarle a mis compañeros más que por alguna seña de reojo, sintiendo que la garganta te va a explotar en cuestión de segundos... Me puse a remar mecánicamente, porque eso era lo único que se podía hacer para salir del agua pero, honestamente, mientras remaba y miraba los enormes agujeros de la base del barco sentía que no era posible; y me daban tantas ganas de soltar los remos... ¿Alguien intentó alguna vez llorar bajo el agua? Es pura opresión las ganas de llorar un mar en el mar mismo y no poder hacerlo pero, lo que más oprimía -lo entiendo hoy- era el miedo espantoso de no volver a volar. Pero seguí remando arriba y abajo, tal como lo habíamos hablado, tal como lo habíamos teorizado. A veces con una fuerza extraordinaria que no parecía mía y a veces a fuerza de pura voluntad y siempre a punto de claudicar. 
Y de pronto, cuando ya casi tenía decidido que una cosa es la teoría y otra muy distinta es la práctica, y que no tenía caso seguir remando por esta causa, noté que mis compañeros, inicialmente tan desesperados y desordenados como yo, copiaban uno a uno todos mis movimientos, aunque yo no les pudiera hablar, aunque yo estuviera en el mayor de los silencios y la incomunicación; ellos me percibían, me interpretaban y me seguían. Cuando noté esto recobré una energía que no viene más que del corazón y empezamos a remar en equipo: qué difícil que era, Dios, lo que estábamos haciendo pero, de a poco, muy de a poco, empezamos a subir. Y ni bien lo hicimos, ni bien pudimos sacar las cabezas del agua mi mensaje fue muy claro: los de las puntas seguiríamos remando y los del medio debían sacar como fuera el agua del bote. Todo pesaba una tonelada y cada dos movimientos parecía que nos íbamos a pique de nuevo o que el barco se iba a partir al medio pero, el trabajo de los que sacaban el agua empezó a dar sus frutos y el remar se empezó a alivianar, tanto que no tardamos en empezar a desplazarnos nuevamente, cada vez más livianos, cada vez más rápido, con el agua pasando como un espejo a los costados. Éramos una pluma y lo sentimos llegar. Sentimos llegar de a poco esa velocidad que cuando se cruza, cuando se atraviesa nos permite elevarnos. Y cuando eso sucede el resto es puro espíritu. 
Ni bien empezamos a subir el agua caía de a montones como de un colador pero, mis compañeros y yo teníamos más fuerza que nunca: estábamos volando como nunca tan livianos ni a tanta velocidad. Nos iba a costar mucho trabajo reparar la nave (porque en verdad se había dañado) pero, ahora solo necesitábamos probar que lo más fundamental seguía funcionando, que todavía sabíamos volar. Y así fue. Increíblemente, la enorme adversidad que acabábamos de sufrir nos había fortalecido, tanto que ninguno de nosotros volvió a ser el mismo, tanto que acabamos volando mucho, muchísimo más alto, llegando mucho, muchísimo más lejos.

5 comentarios:

  1. No sé, Flor, si tendrá que ver directamente con la fecha que hoy se cumple para vos... Si es así, qué casualidad y si no, igualmente qué maravilla sentir que la voz de uno puede ser la voz de otro. Cuánto menos duele así la soledad.

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  2. Hay que verle el lado positivo: despues de psar por una de estas te quedan unos brazos tremendos que te permiten remar cualquier cosa...

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    1. Así es... Creo que a esos brazos tremendos se los llama aprendizaje, ¿no?

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    2. Un poco de experiencia y un poco de templanza, en partes iguales.

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