lunes, 26 de octubre de 2009

E' vero ma non troppo

Laura Vidal no era en la secundaria una líder propiamente dicha, ya que ese lugar lo ocupaba a las claras Costi Didiego, quien tenía a todo el curso sometido a su santa voluntad y ácido sentido del humor que, finalmente, resultaba sabrosamente cómico. Laura, en cambio, gozaba de otro tipo de liderazgo, el que le otorgaba el hecho de ser la hija menor de un matrimonio de padres grandes separados, y única hermana mujer de dos hermanos también grandes o, mejor dicho, enormes, así los veíamos nosotras. Laura tenía mundo, calle y experiencia. Ella había visto películas y revistas de las que nosotras siquiera sabíamos su posibilidad de existencia en el planeta.

AAAA¿Cómo es que terminé yo, María Inocencia Escrupulosa Por Educación y Por Las Dudas, de vacaciones con ella en el departamento de su abuelo materno por una semana completa en Miramar? La única respuesta lógica a esta pregunta tiene que ver con el alto sentido de la fidelidad que se maneja dentro de mi pequeño círculo de amigas, que nos lleva a hacer cosas que no haríamos por nadie más en el mundo. La vida completa no nos alcanzaría para cobrarnos y devolvernos los favores que nos hemos hecho y que nos hacemos en el tiempo que hace que nos conocemos.

AAAAEn fin, por ese entonces, Agus estaba dulcemente obsesionada con Matías C…, un chico medio tonto pero, suficientemente lindo, que iba de vacaciones a Miramar. Como nosotras, “Las Spice” según Costi, nos iríamos a Chile para la segunda quincena, la única posibilidad de no perderlo en el camino radicaba en seguirlo a donde fuera que vaya y con quien fuera que pasara allí las vacaciones, léase: Laura Vidal, su mamá y su abuelo. Pero, claro, insólita e históricamente, cualquier cosa que Pipi -la mamá de Agus- no la dejaría hacer sola mágicamente resulta permitida si lo hace conmigo, como si yo fuera una suerte de efectivo regulador de inconciencia agustina. Así terminé arrastrada hacia un micro yendo con Agus a la popularmente conocida Ciudad de los Niños.

AAAACursábamos la adolescencia. Y adolescencia y varones en el mundo de las mujeres es un binomio imposible de separar. Así que bastaron un par de tardecitas noches en la peatonal para aclarar cuáles serían nuestros objetos de entretenimiento: para Agus no fue un problema porque su objetivo estaba claro y definido; Macu (así le decimos a Laura), lo resolvió enganchándose con un Infante de Marina de no sé cuántos años con el que salía todas las noches a hacer “pionono” por los médanos mientras él, con su voz de macho seductor le gritaba excitado una y otra vez “¡el Infante no se rinde!” a la vez que hacía gala de su gran preparación física revoleándola por el aire; y yo, más por evitar el aburrimiento que por encanto, me enganché con un tucumano negro como la noche y feo como susto que tocaba la guitarra como los dioses, y que se “enamoró” de mí con la rapidez de un rayo cuando me escuchó cantar. Así pasaban las noches enteras hasta el amanecer porque como el Infante nunca se rendía, yo no tenía más remedio que cantar “Luna tucumana” hasta las seis de la mañana, manteniéndome despierta a fuerza de voluntad, cigarrillos y mates lavados en el departamento del feo y sus amigos. Llegada esa hora, me encontraba con Agus y nos sentábamos apoyadas la una en la otra en las escaleras de la puerta del edificio, implorando que el Infante sacara bandera blanca de una buena vez y nos devolviera a nuestra amiga, poseedora de la llave de nuestro reposo.

AAAAMuertas de sueño como vivíamos (sobretodo yo porque, no importa cuán tarde me acueste, mi reloj biológico no me despierta nunca después de las ocho y cuarenta), una tarde en la que Agus estaba de cortejo con su amorsete, con Laura se nos ocurrió alquilar un cuatri, ésos que recién empezaban a hacer furor allá en la costa, para hacer algo distinto o sólo para salir a pasear.

AAAAEl trámite fue sencillo. Yo con diecisiete años ya tenía registro de conducir y listo, no hizo falta nada más. Me preguntaron si alguna vez había manejado una moto y mi respuesta fue “no, sólo autos, una Traffic y una vez un bondi de dos pisos pero, ¿motos? No, nunca”. El hombre me miró incrédulo por lo del bondi y yo le respondí con la mirada: “ésa es otra historia”. Nos subimos a la maquinola, yo al volante y Macu atrás y, apenas terminaba de explicarme el uso de los distintos frenos cuando salimos disparadas en busca de la aventura.

AAAAAsí partimos a pasear por toda la ciudad, moviéndonos de un lado a otro con la naturalidad de un baqueano. Era un poco extraño ver que en la calle sólo había autos y carromatos, es decir: cuatri, ninguno, salvo el nuestro. Pero, aún así, agarramos la de la costa, la del boulevard de autos estacionados, la principal, a los santos pedos creyéndonos Thelma y Louis en su huída a Méjico hasta que, la aparición de un Peugeot 504 cruzado de lado a lado se transformó en el precipicio y el romántico deseo de suicidio, en un serio temor a la muerte. El auto intentó girar en U y en la mitad descubrió que el diámetro no le daba para completar el giro y se quedó clavado cual piquete en el medio de la calle. Nos la poníamos; de eso ya no había dudas. Rebajé cambios, bombeé el freno de mano y traté de no tocar el de pie que hace frenar absolutamente las ruedas de adelante y usarlo a fondo nos hubiera convertido en huevos fritos sobre el asfalto en menos de medio segundo. Así traté de amortiguar un poco el impacto inevitable y, digamos que más o menos lo logré.

AAAEsos autos son un fierro, doy fe. Yo no sé cómo fue lo que pasó, salvo por lo que parloteaban en la escena los fascinados espectadores: que Laura me agarró con todas sus fuerzas (si no me habría matado –de verdad: gracias, Macu-), que me golpeé la cabeza contra el capó del auto, que a quién queríamos llamar y que qué nos dolía. Mucho aturdimiento. Yo sólo recuerdo que mi pobre entrepierna quedó toda rasguñada por el manubrio sobre el que quedé trepada y que apenas podía cerrar las piernas para caminar. Claro, ni qué casco ni siquiera qué bluyín: la nena al momento de la ocurrencia portaba sólo una bikini, un vestidito de modal azul de Sail de Caro Mazzini y unas sandalias Melissa que terminaron de tobilleras.

AAAAEl tipo nos llevó a hacer la denuncia y nos dijo lo que teníamos que decir. Me dolía la mano. Tan santiguadas estábamos que le hicimos caso sin pensarlo dos veces aunque después notamos que, dicho así, todo era nuestra culpa. Después nos llevó al hospital donde yo por mi forma de caminar y la sangre de mis piernas parecía recién violada. La gente me miraba y meneaba la cabeza conmiserándose conmigo. Yo ponía cara de feliz cumpleaños como para dejar en claro que no me habían violado pero, por la cara de la gente me di cuenta enseguida de que el mensaje así enviado resultaba aún más confuso y más ambiguo. Ya con Macu habíamos empezado a reírnos de la situación porque si hay algo que tenemos en común, es el humor negro, ése que te hace morir de risa en la desgracia propia o ajena.

AAAADecir que nos revisaron es ser generosa con la descripción, mejor dicho, nos escanearon, nos dijeron que no teníamos nada y nos mandaron a casa. Pero, a mí me dolía la mano, de verdad. Entonces decidimos ir a una clínica privada pero, resultó ser que ésta no atendía por el Poder Judicial. Macu lo resolvió muy fácil: “usá mi carnet de OMINT”. Ahí estábamos nosotras en la apariencia de “las dos chifladas” tratando de ponernos de acuerdo, a codazos –por si nos faltaban magullones-, en quién respondía al sustantivo Laura cada vez que mencionaban el nombre, mientras hacíamos un esfuerzo monumental para no estallar de risa. Me encontraron una fisura entre el dedo índice y mayor de la mano derecha que sólo se curaba con un yeso y que todavía me duele en los días de lluvia.

AAAAEsa especie de guante de box blanco hecho de vendas me abarcaba toda la mano, los dos dedos mencionados y casi la mitad del antebrazo. Era más grande que mi cabeza y pesaba más que una sandía. Imposible cargarlo y, menos, disimularlo. Macu lo miró sacudiendo la cabeza y me dijo: “Tenemos un problema”. “¿Uno?” le respondí yo que, como buena hija de abogado penalista, me sentía acechada por el temor de terminar presa por falso testimonio o simplemente por casi haberme confesado culpable. “Sí, por el yeso. Ahora tenemos que volver al departamento y ¿qué voy a decirle a mi mamá? Si se entera que alquilamos un cuatri me mata”. Sucede que Macu ya había sido víctima de un accidente de motos hace un par de años, en compañía de un sujeto un poco loco, en el que casi se le derritió una pantorrilla con el caño de escape. Después de ese episodio la madre le hizo jurar que nunca más se subiría a una moto o cualquier vehículo de su familia. “¡Ya sé!”, me dijo. “Vamos a decirle que te pisó un carromato”. Inverosímil por donde se lo viera pero, aunque no lo crean, eso fue lo que dijimos, sin pensar demasiado en lo estúpido de la explicación y en lo estúpida que quedaba yo por haber sido susceptible de ser arrollada en cámara lenta por un carromato.

AAAAPor supuesto que yo me abstuve de formar parte de la exposición de los hechos –la mentira nunca fue lo mío, no sirvo para eso- pero, si bien estaba hecha un bollo en la cama tratando de sentir las constantes vitales de todas y cada una de las partes de mi cuerpo, no podía evitar escuchar el ridículo relato ni tampoco sonreírme, aunque ya deseando estar en mi casa. La madre lo creyó o, imagino, prefirió creerlo. Y el abuelo, a modo de sentencia y como para sí, acotó con esos aires de sabiduría que dan los años: “Siempre supe que esos aparatos eran peligrosos”. No lo podía creer: Era cierto pero, no tanto.

6 comentarios:

  1. Ante todo un honor ser parte de esta voragine de "cuentos-relatos" a los que me termine por volver adicta, ya casi los espero cual cosmopolitan en mi adolecencia...ante todo vale aclarar algunos puntos oscuros de esta historia que solo libran la mente a cosas ...raras? (ser malpensada siempre me dio ventajas) en ningun momento y bajo ninguna circunstancia hubo contacto mas avanzado que chapar cual adolecente (como Sojo lo hacia mas de una vez mientras nos esperaba llegar justo en la puerta del edificio...)
    Tambien omitiste la parte cuando (esperando a agus)simulabas ser la sordomuda para evitar el chamuyo bizarro de los que Salian de bailar... El solo recordarlo me hace reir...
    Sea como sea me hace muy feliz estar de un modo u Otro en tu recuerdo...
    Con vica hace tiempo estamos planeando escribir un libro con todas mis historias... Y cuando ese momento llegue prometo enviarte una copia...
    Mientras tanto solo un fuerte abrazo y gracias por mantener vivos estos recuerdos que son parte de mi ...
    GRACIAS!!!
    Tqm!
    Macu

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  2. Gracias, Macu!! Halagador tu comentario, desde todo punto de visa.
    ¿Cómo pude olvidarme eso de hacerme la sordomuda? Es que, ¿hay algo más frustrante que tratar de explicarle con palabras a un jovenzuelo borracho que estás muerta de sueño, que no estás despierta porque querés y que no tenés el menor interés en sus non sanctas intenciones? Noooo... Mejor solución para cortarle el mambo que el hacerme la sordomuda, imposible. Voy a ver si lo repongo en el texto.
    Gracias, de nuevo, yo también te quiero mucho. Besote.

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  3. Buen relato, María Inocencia.
    Lo que me hizo un poco de ruido fue la descripción del muchacho del Norte... ojo con las malas influencias... ;)

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  4. Jajajaja... Lo sabía, lo sabía, lo sabía. Y casi que esta aclaración la metí en el texto especialmente dirigida a JPP: "y" es un nexo coordinante no uno consecutivo causal; es decir: era negro y feo, no negro por lo tanto feo. Podría haber sido negro como la noche y lindo como pocos. Porque, convengamos, hay negros muuuuy lindos en plaza.

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  5. Yo sabía, sabía que no te tenía que dejar ir a Miramar... Intuición de madre. Cuando llegaste a Chile con ese yeso me quería morir. Mamá.

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  6. Jajaja !! Muy bueeennnoooooooo !!! Concuerdo con Macu, las historias de Medina van por la mitad !!! nos prende fuego a nosotras y ella queda como una pobre inocente con un negro feo !!
    BULLSHIT !!!
    Besosss
    Agus

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