lunes, 9 de enero de 2012

Tu casa

Se está mejor en casa que en ningún sitio
D.


Ysoy, Clemencita, como el sótano de la casa de Dorita. Todavía nunca te conté el Mago de Oz  pero, vos sabés que a mí las historias no me interesan tanto por lo que dicen sino por el efecto que me provocan cuando las leo. En esa historia, la del Mago de Oz, un tornado poderosísimo se lleva la casa de Dorita con todo y ella misma. La situación era bastante angustiante y a partir de esa historia podría decirte que yo me empecé a interesar por los tornados, aunque mi mamá se esforzó mucho en hacerme entender que era imposible que alguno llegara a Buenos Aires. En fin, como sea, nunca dejé de prestarles atención y por eso noté, rápidamente, que en muchas películas norteamericanas casi todas las casas tenían sótano. Y a mí me pareció una genialidad... Que la tierra te guarde, te cuide, te proteja me parecía algo espectacular, algo así como lo que tenía que ser. Que se burle del viento malvado y de su abuso de poder. Para mí mirar una casa con sótano era sinónimo de seguridad, firmeza y protección.

Quizá de chica una intuye, presiente o construye aquello que le va a pasar. Quizá por eso yo siempre sentada de indio y con la cara llena de pecas miraba muy seria los sótanos que aparecían en el televisor. Quizá porque yo sabía que -aunque mi mamá dijera que los tornados nunca llegarían a Buenos Aires- uno grande iba a venir en algún momento, siempre afirmaba para mis adentros que mi casa sí o sí iba a tener un buen sótano. Y ahora lo siento, mi amor. El tornado se viene y va a levantar nuestra casa, nuestros rincones, los ruidos conocidos y las paredes de colores. Se van a desarmar los muebles y las almas. Las lámparas van a caer y mucho se va a romper y otro tanto a desparecer. Va a doler, mi amor, va a doler. Pero tu mamá tan precavida, desde aquella vez que miró el Mago de Oz hasta hoy, empezó a construir un sótano precioso, cálido y protector. Y ese sótano soy yo. Tu techo es mi pelo, mis ojos tu sol, ese que entra por una rendija de madera y entibia cada rincón. Mis brazos son tu cuarto y mi pecho tu almohada. No llores, mi niña, que estamos en casa. Aunque se vuelen los techos y se caigan las cortinas, en mi voz están los cuentos y los cantos, en mis dedos los colores que juntos traen la magia que nos lleva a un mundo... que nos lleva a ese mundo. Cuando las paredes se caigan y el piso en el que bailamos desaparezca, no llores mi niña... tu casa soy yo: fuerte, firme y cálida.