miércoles, 28 de marzo de 2012

Aquí estoy




A veces, lo que queremos decir ya lo dijeron otros de manera insuperable.
PM


¿Por qué aguardas con impaciencia las cosas?
Si son inútiles para tu vida, inútil es también aguardarlas.
Si son necesarias, ellas vendrán y vendrán a tiempo.
¿Crees tú que el Destino se equivoca?
¿Piensas que el manzano dará una manzana menos de las que debe dar en la estación?
¿Imaginas que va a olvidar el rosal alguna rosa?
La espuela de tu deseo sería como el afán de esos industriales que maduran la fruta a destiempo, para más pronto enviarla a los mercados.
Sería como el ansia del niño que bebe la limonada antes de que acabe de disolverse el azúcar.
"Yo no puedo vivir sin esto" -dices.
Di más bien: -"No puedo vivir con este deseo".
Si escondes tu ansiedad en lo hondo de tu corazón y sólo dejas que asome una quieta, dulce y suspiradora esperanza, más pronto de lo que imaginas lo soñado llegará sonriendo y te dirá: "AQUÍ ESTOY".
Amado Nervo
(1870 - 1919)

domingo, 25 de marzo de 2012

Pérdidas

A fuerza de puro lijar y lijar, va pasando, de a poco, la tristeza. Se hace polvo terracota y se disipa, como el óxido antiguo del portón que me pide, me suplica, lo reviva. Y ahí estoy yo, lija que te lija, con una fuerza extraordinaria, que no viene -por supuesto- de mis brazos flacos, sino de mi alma espartana nacida de no sé dónde.
Basta de pérdidas, me exhorto a mí misma. Esta semana sufrí una grande: mi sillón blanco; mi mullido y conocido (por mis conocidos) sillón blanco. Ese sillón que nunca más podré volver a conseguir, ese que no tiene precio y al que, forzosamente, tuve que ponerle uno. Se fue, como casi todo lo que quiero últimamente se fue, como mi unicornio azul se fue. O, mejor dicho, lo tuve que dejar ir, lo que hace que la pérdida duela un poco más. Se fue por el portón, el mismo portón que estoy lijando, y con él, o mejor dicho arriba de él, se fueron las siestas al sol, tantas lecturas, reuniones y arrumacos. Se fue para siempre, con la misma tristeza con la que en la vejez se pierde un recuerdo. No saltes en el sillón, Clemen suena ahora como un eco lejano, como un sueño que se escapa, aunque lo quiera atrapar y hacer entrar en mi alma, como al sillón mismo en mi minúscula casa.
Entre lija y lija pasan los nuevos vecinos que, amables, aportan todo tipo de comentarios, excepto los ofensivos. El polvillo se dispersa un tanto y otro tanto queda atrapado entre los pliegues de mis trenzas, uñas y ropa. Los jubilados sentados en los cajones invertidos de cerveza me miran y comentan algo que no quiero ni saber. Uno de esos es el que el otro día me dijo algo de nacer y morir hermosa. Vivo en el centro de este pueblo y eso para mí es una novedad. Todo el mundo pasa por acá para ir o para venir. Y es por eso mismo que yo, de tanto en tanto, con esa tristeza calma que viene de la paz, me asomo como los jubilados por la ventana -cabeza apoyada en la mano izquierda- solo para ver si en una de esas te veo pasar cuando vas o cuando venís, con la esperanza de recuperar -aunque más no sea por un instante- algo de todo lo mucho (demasiado) que vengo perdiendo en tan poco (poquísimo) tiempo.

domingo, 18 de marzo de 2012

Un día


Yo no quería mostrar lo que me pasaba pero, como todo, como las lágrimas, se me sale solo. Se mostraron así el amor y el dolor como las dos caras de una moneda. Se me muestra, a veces, de golpe y como un golpe -un golpe tremendo que me deja boca abajo y doblada en el piso-. ¿De qué está hecho mi corazón?, me pregunto. ¿Qué gen, qué prenda posee que lo hace tan incondicional? ¿Será una especie de incubadora, tal vez, que todo lo contiene y mantiene tibio y con vida? Ay de mí. Cuando creo que ya está, que ya no queda nada más por qué matar o morir o sufrir, un destello ínfimo, un asomo de algo (ni siquiera digno de llamarse ternura), un gesto imperceptible, una palabra o simplemente mi nombre pronunciado por tu voz, hace que se muestre todo de nuevo y que de golpe resucite. Ay de mí. Visto así, decime por Dios… ¿tan difícil era amarme? Quién, mi vida, quién puede conmoverse y revivir con tanta facilidad. Y un fallido, como una lección, como una enseñanza, viene, según su costumbre, cambiando la letra de una canción y llorando que Un día volverás /y me sabrás amar.

domingo, 11 de marzo de 2012

L'amour

Encontrada silbando, con las manos en la masa, tal como no hubiera querido ser encontrada, todo lo que había dicho y hecho hasta aquella mañana ahora parecía rodar por un precipicio, caer de golpe como una pirámide de cartas o como el telón pesado y punzó de un antiguo teatro. Fin. 
   Cuándo, en qué memento fue que perdió la cabeza (o mejor dicho, la recuperó) no lo sabía. Bueno, sí, fue cuando él abrió el paraguas y la invitó a caminar por Corrientes, tan irremediablemente juntos, sin poder ni querer evitar el roce, ese roce que como un laberinto la mareaba pero que, como el agua fresca, la revivía. Con amor la vida era otra cosa; era vida. No importaba entonces todo lo que había tenido que morir y todo lo que le había costado morir. El invierno tan largo, tan solitario por fin había terminado.                                                                                               
   Corría el mes de noviembre y todo era flores, silbidos, flores. Noches de sueños profundos, de los de verdad y, también, de pelos despeinados. Siempre recordaba eso que decía Mafalda de que las cosas que nos hacen más felices son las que nos terminan despeinando. Sonríe: qué lindo que es estar enamorada.
    Tres años había durado el invierno. Tres años en los que pensó, de verdad, que nunca iba a terminar. En medio de su todo controlar y controlar a todos, algo la agarró de golpe, la agarró por atrás y la conquistó en un abrazo exquisitamente tierno y húmedo. Algo, como una flor, una palabra la tomó por sorpresa y con la guardia baja.
     Miró hacia abajo ruborizada cuando el otro, el de siempre, le preguntó qué le pasaba.  Pues, no sabía mentir: estaba enamorada.