lunes, 28 de junio de 2010

Ojos que no ven

Se llevaban diecisiete años y cinco meses y aquella noche salieron del caos al cosmos como si nada; salieron del Teatro Ciego a la calle Zelaya como si nada. Salieron de la misma forma en que habían entrado: como profesor y como alumna que se admiraban mutuamente.
   Había pasado todo pero, no había pasado nada. Porque no se vio nada. La ceguera total del ambiente y la presencia de testigos ausentes le restaban el carácter de realidad al asunto. Lo que tanto en la cabeza de él como en la de ella había sido siempre una fantasía inconfesa, ahora lo seguía siendo aunque quizá más intensa y estimulada por lo que (no) había pasado. Podían mirarse a los ojos así sin más, porque aquello en la memoria no tenía una forma concreta. Eran sólo sensaciones, recuerdos del tacto, algunos olores, algunas palabras susurradas al oído y silenciadas abruptamente por repetidos besos precipitados de años -años- que venían esperando su turno. Manos que subían y bajaban queriéndolo abarcar todo, hacerlo propio, guardarlo en algún lado para poder llevarlo hacia algún otro lado o, mejor dicho, hacia todos lados.
   Jamás habían sido más libres. El caos, la oscuridad que inicialmente oprimía, ahora liberaba, al punto de quitar hasta el último punto de apoyo. Flotaban, volaban. Recién ahora -se daban cuenta- conocían la libertad; y era hermosa (por favor que era hermosa, qué hermosa era).
   No tenían, en el enredo y la velocidad, la certeza objetiva de que uno en realidad fuera uno y el otro fuera el otro. Ni la tuvieron tampoco cuando salieron. Sólo el presentimiento, el pálpito. Porque aquella fantasía en la oscuridad de la ceguera se había disipado de la realidad, tal como lo hicieron la rosa, la granada y la pipa de Adán cuando éste cerró los ojos.   
   Por eso caminaban por Jean Jaures como si nada, como profesor y como alumna que se admiraban mutuamente. Porque la luz de los faros los dibujaba y el agua de lluvia los recortaba, volviéndolos reales, tan reales como el resto del grupo. Por eso levantaron las cejas y sonrieron con una mueca apenas perceptible, para despedirse como siempre.
   Él y ella, los dos, volvieron felices a sus casas, sin más indicio que el de algún aroma ajeno y reciente impregnado por ahí en la ropa. Volvieron felices, tal y como se regresa de un buen sueño. Ése que se siente de mañana pero, abiertos los ojos, ciegos de luz, resulta imposible de recordar.

lunes, 14 de junio de 2010

Son treinta

Así, en letras, quizá no impresionan tanto. No por esa cosa barroca de envejecer y de la fugacidad de la vida, la belleza y la juventud. No. Sino por el cambio de década. ¿Treinta son muchos? ¿Son pocos? Para mis alumnos soy una vieja -no hay ninguna duda-; para mis viejos soy una piba. Entonces, ¿son muchos? ¿Son pocos? Si pienso en todo lo que logré a lo largo de estos años, treinta son pocos. Si pienso en todo lo que todavía no logré, treinta son muchos.
   Nunca entendí a la gente que le deprimen los cumpleaños. A mí me hacen sentir muy feliz por cumplir uno más, por estar viva. Me gusta escucharla a mi mamá relatarme todos los años la crónica de mi nacimiento, porque es otro año más junto a ella.
   La vida se me presentó desde siempre como esas novelas interminables a las que, cuando empiezan a menguar sus hojas de la derecha, les rogamos las multipliquen para que la historia no termine más. Es cierto que por momentos la novela se convierte en una novela de mierda pero, la fe en que la historia va a terminar bien siempre me hizo avanzar. Y cuando digo "bien" no hablo de un final rosa, sino de uno de esos inagotables, infinitos. De esos que siguen tejiendo verdades en nuestro corazón.
   Dentro de mi propia estupidez cada año que pasa me siento más sabia, más madura, más aguda pero, también, menos memoriosa. Con una hija pequeña pululando alrededor, cada vez leo menos pero, cuando leo, leo mejor. Y eso me hace feliz: tener una hija pululando alrededor y leer cada vez mejor.
    Estoy tan agradecida. Soy una persona agradecida.
   No tengo ganas, como otras veces, de tirar la casa por la ventana y bailar hasta el amanecer. No. Tengo ganas de, en la intimidad de mi casa y de mi pequeña familia, mirar por la ventana, sonreír y decir gracias. Y comprobar que, no importa qué, siempre llueve los 14 de junio. ¿Habrá llovido también cuando murió Jorge Luis?  Qué desgracia... Digo, venir a morir justo un 14 de junio.
   Quizá venga de ahí -quizás- ese aire melancólico que por un instante siempre sopla a la hora de la siesta en mis cumpleaños.

miércoles, 9 de junio de 2010

Invierno

Lo bueno del invierno es que siempre llega. Cada estación del año siempre llega, los lunes siempre llegan, las doce siempre llegan, los abriles siempre llegan. Y a mí me da gusto que todo llegue, que el mundo que me cobija, que me sostiene sea así de cíclico, así de formal, así de constante.

Porque lo que soy yo... ¿Qué soy? Un híbrido -diríamos en un seminario de postmodernidad-. Y no uno cualquiera sino uno escurridizo, inconstante, impredecible. Tanto que inclusive está a punto de sacudirse a sí mismo por temor a ser demasiado claro con esta definición o a encasillarse en un simple adjetivo.

Un día así, otro día asado.

Agotador. Divertido. Insoportable. El orden no altera el producto. Siempre yo.

Pero llega el invierno, baja de golpe la temperatura, a las seis empieza a anochecer y yo me vuelvo feliz de golpe. 

Una vez más -como cada invierno- salgo vestida de globo a buscar palitos para prender el primer fuego de la chimenea. No es fácil -menos la primera prendida- pero, me encanta el desafío y no se lo cedo a nadie; aunque éste implique terminar la casa y yo llenas de olor a humo. Me fascina hacerlo, lograrlo, avivarlo hasta el punto ese que yo quiero, que yo necesito
para acomodar mi banquinto,
prenderme un pucho
y entregarme al íntimo placer de mirar el elemento, sentir el calor y oler la madera quemada.

Quizá sea un acto reflejo.

martes, 8 de junio de 2010

Con página propia

Hola a todos!
Les cuento que El diario de Irene pasa a tener su propia página de "diario". Ésta es la que figura en el enlace adjunto y, también, a la derecha del monitor, donde dice "Mis blogs". Te acuerdas... no me permitía seguir creando páginas independientes, así que me decidí por abrirle su propio blog.
Lo único que lamento mucho es la pérdida de los comentarios. Así que si los que en su momento hicieron uno quieren repetirlo, no lo duden. Si no, voy a ver si me hago el tiempo para pasarlos.
Gracias 
PM