sábado, 30 de abril de 2011

Corazón

Para Anónimo

Cae. Como caen todas las cosas que cruzan cierto límite, de manera inevitable cae. Por ley de gravedad, de negligencia, de qué sé yo. Como todo lo frágil cae y se rompe -en dolorosa cámara lenta- por alguna otra ley que, seguro, desconozco. Y miro desde arriba, desde lejos las vueltas primero y luego los pedazos, la impotencia, el desparramo. Se rompe y duele todavía más, como duele la pérdida, como duelen los muertos, como duelen las despedidas. Duele y me agacho para juntar una a una las partes; las acomodo, las pego con lo que hay, algo de cinta creo, algo... y noto que su textura ya no es la misma, ahora parece de plástico, hueco y de un color rosa viejo, tal cual mis ojos vacíos. Lo pego y lo levanto con las dos manos con el recordado respeto de algo muy valioso, para devolverlo a su lugar. Pero está así: herido, tiezo, petrificado, incrédulo, inconmovible. Lo pongo en su lugar y vivo una vida a la que no estoy acostumbrada; una vida donde el motor principal creador de casi todo lo bueno que hago no funciona. Y, aunque mi fe en el amor es sostenida, no puedo evitar preguntarme si alguna vez volverá a sentir; si alguna vez volverá a latir.
Si alguna vez volveré a escribir.

martes, 5 de abril de 2011

Amiga mía

No quiero esperar al día del amigo para escribir unas palabras sobre mi amiga. Incluso creo que el día del amigo le queda chico a lo que puede ser un verdadero amigo y, además, me parece que no tiene pito que ver con la amistad el tema del hombre en la luna (?).
No fue nada del otro mundo. Sólo un domingo como cualquier otro pero, en relaidad sí, especial. Porque fue, tal vez, lo más parecido a los domingos de nuestra adolescencia: sin reloj, sin apuro, con nada para hablar y mucho para decir; y siempre listas para reírnos, yo de ella, ella de mí y las dos de las dos.
Desde afuera podía verse, ahora que lo pienso, como el peor programa: improvisado y frustrado. Dimos vueltas por toda la ciudad en auto y cada vez que frenábamos nos cobraban una casi estadía en cada estacionamiento.
Quisimos ir al cine pero, parece que el mismísimo impulso lo sientieron todos los habitantes de Palermo. De todas formas nos quedamos en la cola un rato largo aún cuando oímos por el parlante algo de Las localidades de Cuento chino de las 18.10 se encuentran agotadas. Seguimos en la fila como si nada; porque, aunque una rubia y otra morocha, si hay algo que tenemos en común, es esa fe inquebrantable de creernos capaces de revertir cualquier situación sólo a fuerza de deseo. Podemos ver otra, dijo mi amiga. Pero no aparecía nada que nos guste lo suficiente con el horario adecuado. Esperemos los Bafici mejor. ¿Vamos? Vamos. ¿Adónde?
Y ahí estábamos de nuevo dando vueltas con el auto -sin nafta- por la ciudad buscando un lugar para tomar un buen café. ¿Y si vamos a Clásica y Moderna y de paso la vemos a Ana María Bovo? Creo que está hoy y con descuento. Llamamos pero, no teníamos 2 x 1 con La Nación, ni con Clarín ni con nada; ni tampoco ochenta pesos per capita más otros tantos de estacionamiento.
Me tendría que dar un poco de vergüenza decir que temrinamos en la Esso de Libertador y no sé qué consumiendo la promo de un café con muffin Vauquita, mientras el frío del aire acondicionado nos hacía estornudar por turnos; o fumando un cigarrillo en el escalón del Autoservicio pero, no. Como dije antes, tal vez esa salida fue lo más parecido a un domingo de adolescencia donde no teníamos nada que hacer más que dejar pasar el tiempo y hablar mucho de poco.
El tiempo no pasa para nosotras. Y a veces me pregunto, envuelta en mi propia circunstancia, qué fórmula secreta esconde la amistad, la mejor amistad, para cada vez producir ese mismo efecto: el de la juventud eterna, la risa inagotable y el amor siempre vigente.