martes, 6 de octubre de 2009

El extraño caso de Mafalda & Susanita

De todos los personajes de Mafalda, con el último que hubiera querido identificarme era con el de Susanita. Simplemente, esa enana rubia con la cabeza llena de rulos y cara de calabacín me parecía insoportable. En cambio, el sarcasmo de Mafalda me resultó claro y adorable desde chica. Felipe y Manolito también estaban entre mis preferidos. Pero, a medida que iba creciendo no era poca la gente que me identificaba rápidamente con la enana insufrible. Sea por lo romántica, sea por el instinto maternal que me brotaba con cada ser animado e inanimado que habitara el planeta, ahí quedaba yo tildada de “ella, tan Susanita…”.
AAAAConforme pasaron los años yo misma fui aceptando que tenía mucho de ella, al menos sí por lo de enamoradiza, así que apodo al hombro, salí a pasear por algunos amores y varios desamores hasta que di con mi marido y me instalé en el matrimonio. Hasta ahí la convivencia con ese aspecto tan color de rosa de mi personalidad venía fenómeno, tanto que acorde marca la tradición o la naturaleza, esta unión marital no podía devenir en otra cosa más que en la maternidad. Así es como después de un tiempo de casados sin hijos –que más que de casados tiene mucho de novios concubinos- con mi marido consideramos que la hora de prolongar nuestra descendencia había llegado.
AAAAPositivo. Eso decía la tímida rayita rosa que se había marcado en ese papelito asombroso que tenía mucho de poca cosa y muy poco de oráculo adivinador.
AAAATomando como vara el amor inconmensurable que despertaban en mí mis sobrinos, sabía perfectamente que sería la mejor madre del mundo. Me imaginaba embarazada haciendo gala de mi cuerpo deforme y hasta imaginándome irresistible a los ojos de cualquier hombre. Lloraba leyendo distintos relatos de partos y de experiencias relacionadas con la maternidad. Si me preguntaban cuántos hijos pensaba tener, la respuesta –soplada al oído por la misma Susanita en persona- era siempre la misma: Si la economía nos acompaña, tendríamos muchos, muchísimos hijos. Pero, a los siete días de haber consultado ese oráculo casero Susanita, con todo y sus rulos, fue borrada de un plumazo por la protagonista de la tira cómica. Ahí nomás se despertó con toda su fuerza la Mafalda que dormía en mí.
AAAALos primeros cuatro meses y medio me encontraron abrazada al inodoro y con el cuerpo deforme pero, no por ninguna panza –obvio- sino por la revolución hormonal que estaba atravesando: parecía un paquete de yerba con dolorosos granos adolescentes y todos los días durante esos meses me sentí -anímicamente hablando- como se siente cualquier mujer el día anterior a indisponerse, es decir, como el culo. Cómo me aguantó mi marido, qué se yo, supongo que tuvo a bien fumarse el martirio femenino reconociendo al menos que mientras que una va mutando en cuerpo y alma en todas las formas posibles cual monstruo mitológico, a él ni siquiera se le movió un rulo de lugar en los más de nueve meses que duró la cruzada. Yo nunca había vomitado, con lo cual, cada vez que dicha acción se avecinaba, me invadía el pánico y agarraba a mi marido de la mano para que me acompañara al baño y al menos padeciera en algo, aunque más no fuera en presenciar el espectáculo repugnante.
AAAACuando se cumplió el plazo de ese primer trimestre y monedas, llegaron mejores momentos. Por lo pronto ya comía todo lo que se me había antojado durante meses y no había podido consumir por razones obvias. También creí que quizás así como el malestar había pasado, de un momento a otro me sentiría sexy, madre plena o una bella leona preñada. Nada más lejos: en tanto crecía la panza me sentía un zeppelín con un acoplado imposible de manejar. Asimismo, esperaba ansiosa que mi bebé empezara a moverse: ahí sí seguramente brotarían todos estos sentimientos opacados por tanto malestar.
AAAAEsto ocurrió el día mismo del cumple de Sebas pero, como Susanita ya no estaba en mí, este suceso lejos de emocionarme como esperaba, me dejó empapada del mayor espanto comandado por la razón: ¡me estaba creciendo una persona, un ser humano, con huesos y todo, adentro del cuerpo!
AAAAFue más o menos en el medio de estas emociones que caí en la cuenta de que mi educación sexual era casi nula y que, quizás, informarme un poco, podría ayudarme en la travesía. En el colegio casi que no nos enseñaron nada, no tanto por una cuestión religiosa como por lo paupérrimo del nivel académico general del colegio secundario al que asistí. Lo único que recuerdo es que la atrevida de Costi Didiego le preguntó a la “experta” que había venido a darnos la charla de educación sexual si la primera vez era dolorosa. La pobre mujer respondió con toda la seriedad y el profesionalismo que pudo, ignorando que Costi sólo buscaba incomodarla y teñirle la cara del color de la remolacha. Mi mamá, por su lado, si no sabe menos que yo sobre cómo es que la cuestión se desarrolla, biológicamente hablando, le pega en el poste. Investigación personal: nunca me interesó, lo mío es la literatura no la ciencia; es decir, no me importa exactamente el cómo sino cómo se expresa el asunto. En fin, uno de los misterios más grandes de la naturaleza estaba sucediendo dentro de mi propio cuerpo y yo ignoraba por completo sus razones.
AAAAInformada de esto en una charla de café mi amiga, profesora de biología y casi madre Marcela Bond (sí, como James Bond) no dudó en facilitarme un libro lleno de láminas y explicaciones súper didácticas sobre todos los procesos: fecundación, embarazo, parto, lactancia y puerperio. Me lo devoré en media tarde y me quedé con una leve sensación de taquicardia. Volví al libro una y otra vez buscando aquellas hojas que me parecía necesario repasar. A las láminas del parto no pude volver. Me bastó mirar una vez lo que sucedía con el canal vaginal y una criatura con la cabeza del tamaño de un melón abriéndose camino para salir como para que la taquicardia me atacara a cachetazos limpios. Cuanto más consultaba el libro, peor me hacía; así que se lo devolví rápidamente agradeciéndoselo, sobretodo por lo productivo de muchas cosas que yo ignoraba pero, omitiéndole los evidentes motivos por los cuales queda eliminado de la lista de mis cosas pendientes eso de ser médica o enfermera.
AAAAAhora yo era Mafalda. En realidad, siempre lo había sido, sólo que ahora en demasía. Mi siempre aceitada racionalidad estaba dejando el desparramo y me alejaba de cualquier sentimiento maternal para acercarme lentamente a la locura. Racionalizar algo como la concepción, el embarazo y el nacimiento puede ser comparable con un acto suicida. Para poder vivir algo así como Susanita, plenamente, las mujeres tenemos que olvidarnos de la cabeza, dejarla de lado y ponernos en contacto con nuestro costado más animal. Para mí esto no fue posible porque en mi vida mi costado animal está casi siempre supeditado a mi sentido común y de la lógica cartesiana.
AAAAAsí esperé el día del parto presa del pánico más contundente. Era algo que iba a pasar. No era un examen al que si yo quería o me arrepentía a último momento no me presentaba. Ya no podía no ir. Si a esto le sumamos que entrada la semana treinta y siete no se sabe ni el día ni la hora, la sensación de que llegado el momento moriría de un infarto sólo por su impostergable presencia me persiguió hasta la madrugada del 12 de julio, cuando empezó la función y descubrí que no me morí, o al menos no en sentido literal pero, sí en sentido figurativo. ¡Qué manera de morir! Me pregunto si las Susanitas mueren como yo lo hice durante el parto y sencillamente lo callan.
AAAALa imagen de Mafalda con una hija recién nacida en brazos puede ser lo más parecido a lo que era mi retrato post-parto. Pero, al igual que Jeckyll y Hyde en su lucha por imponerse, los dos personajes de Quino tironeaban de mi mente y de mi alma sin piedad. Así, mientras que por un lado estaba sentada en camisón al borde de mi cama, con los hombros encorvados y la mirada incrédula clavada en el moisés que estaba frente a mí, preguntándome cómo cuernos había llegado a esa situación; por el otro, sólo quería darle de mamar a mi bebé y logré hacerlo con éxito durante once largos meses; y aunque mi hija desde el primer día durmió mucho y bien, yo no lograba hacerlo sin despertarme aterrorizada cada hora y media preguntándome si mi retoño durmiente estaría respirando o habría pasado a mejor vida acariciada por la fría mano mortal y silenciosa de la “muerte súbita”.
AAAAAsí, de la Susanita de la infancia sólo me quedó lo de rubia y un romanticismo de pacotilla que me dura lo que una foto. Y a las dificultades ineludibles de la reciente maternidad, agregarle la culpa de reconocerme como una pésima madre por estos sentimientos, y el largo camino de aceptar y hasta ver con cierta ironía que, gracias a mi exigente sentido de la perfección, sólo me queda el consuelo de ofrecerle a mi hija el ser la mejor de las peores madres. ¿Cómo?, limitándome –a pesar de los sinsabores de mi locura- a amarla con todo mi corazón, mi corazón de leona, mi corazón de animal; y abrazando, por qué no, la esperanza de, en una segunda vuelta, cobrarme revancha mandando a mi raciocinio a dar un paseo bien largo, como de unos nueve meses, o más también.

6 comentarios:

  1. muy gráfico, muy bueno!
    jpp

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  2. Fallaste en no haber consultado con mi oraculo de madre de primera hora... A pesar del panico, cinco minutos luego de parir pense...de saber que esto era asi, tendria mil... Mi bebe ya se convirtio en mi fiel compania...todo un hombrecito de casi una decada...Y yo feliz!!!
    Besos gigantes
    Macu Vidal

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  3. ¡Qué ídola, Macu! Yo, cinco minutos luego de parir lo miré fijo a Sebastián y le dije muy seria: "El varón te lo debo". Besote y gracias!

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  4. Espectacular Pili!!! Me comi todos tus relatos en unas horas, lloraba de la risa. Te felicito, un beso,

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  5. Gracias, Giusti! Qué genia que te leíste todos los relatos! Besote.

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  6. Muy bueno Pili!!! me hiciste reir!Quién dijo que la "maternidad" era fácil?
    Beso grande
    Caro Sojo

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