miércoles, 14 de abril de 2010

Desencuentro

El otro martes tuve una interesantísima conversación con Alejo Carpentier en el patio de mi casa. Bah, más que interesantísima, por momentos se puede afirmar que la conversación fue casi bochornosa. El tema es que, claro, yo no estuve del todo bien; al menos no como dicta el protocolo. Una mujer como yo... Un hombre de su edad, de su tiempo... Pero, bueno, lo que pasa es que cuando a mí una situación me supera, me sale de golpe lo primitivo, lo elemental y soy capaz de decir en el mejor tono y con la mayor elegancia la barbaridad más inaudita. Y así fue.
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Acababa yo de leer uno de esos capítulos interminables de Concierto barroco, cuando salí al jardín con determinación y me acerqué a él con fiereza, indignada. Me presenté rápido y como quien no quiere la cosa, le dije lisa y llanamente que qué podíamos hacer porque a mí me gustaba mucho leerlo pero, su prosa me excitaba y la lectura, así, se me complicaba bastante.

Decir que se quedó de una pieza y con una o dos palabras en frustrado estado de articulación es poco. No entendía quién era yo ni qué era exactamente lo que estaba buscando. Porque los hombres son así: viven de caza, con todo el equipo a cuestas pero, cuando una los encuentra primero y los tiene a punta de sable, de pronto no saben ni cómo se llaman. Le repetí mi nombre un poco más lento y le sonreí procurando no parecer una loca de atar; y mientras raspaba con una uña la ya descascarada pintura del banco, le conté como al pasar que me gustaba mucho leer y también escribir. Le propuse mostrarle algo de lo que escribo pero, inmediatamente me arrepentí por temor a incomodarlo con la liviandad de mis textos. Él lo notó, ya lo sé.


En realidad no sé cómo llegó Carpentier a estar sentado en el patio de mi casa pero, sé que no me importó. Ésa era mi oportunidad, tal vez la única, y yo no la iba a desperdiciar.
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Le expliqué con elocuencia que yo estuve pensando que quizá él podría enamorarse bastante de mí y, por qué no, tal vez casarnos porque, hasta donde yo sabía, él jamás lo había hecho. Le pedí -no con poca vergüenza- que me mirara bien y me dijera si no estaba de acuerdo con esto que yo afirmaba. Me miró intrigado y, a su tiempo, me dijo que en realidad sí, que era hermosa y que, a juzgar por lo que se asomaba por mis ojos, fácilmente podría enamorarse de mí. Me puse contenta, no se imaginan cuánto.
Como de lo del tema de casarnos no me dijo nada, yo me anticipé diciéndole que en verdad no quería importunarlo, y que si eso de casarse no le parecía apropiado podíamos, seguro, ser buenos amantes. Esta idea le gustó, lo noté en su sonrisa chueca y en un parpadeo rápido. Pero, cuando le convidaba un cigarrillo, caí rápidamente en la cuenta de que esta propuesta era imposible: "Alejo, no puedo ser tu amante. Mi personalidad no tolera el rol de subalterno". Se rió con tanta franqueza que no pude evitar enamorarme un poco más. "Está bien -me dijo cariñoso- podemos casarnos, si querés, aunque si hasta ahora no lo hice no sé por qué habría de hacerlo a esta altura de mi vida". "Porque canto muy bien y hablo francés de corrido" fue mi respuesta rápida. Entonces me miró a los ojos muy serio, muy seductor, y me pidió que le cante algo mientras, como si de una caricia de siempre se tratara, me corría el pelo de la cara acomodándomelo atrás de la oreja. Me puse colorada, estoy segura pero, igual no me moví. La mer, que alguna vez cantara la bella Frçoise Hardey, fue lo que yo canté a capella para él.

"Mirá que yo no soy una persona fácil -le advertí después del silencio largo que nos permitió saborear ese momento-. A duras penas mi marido me soporta". Y ahí nomás me preguntó: "¿Cuántos años me has dicho que tienes?". Entre provocativa e infantil lo miré y sentencié: "soy mucho más joven que vos". "Eso está muy bien para mí", dijo. "Eso ya lo sé", respondí.
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No sabía que tomara mate pero, lo hizo gustoso. Daba la sensación de que nos conocíamos de toda la vida. Estábamos demasiado a gusto. Y entre una cebada y tres bocados de algo, me confirmó que sí, que se casaría conmigo, siempre que para mí no fuera problema que nos viéramos sólo de noche. "Sí, sólo de noche" repetí yo. "Pilar, -me interpeló serio- ¿sabes por qué sólo podríamos encontrarnos de noche, verdad?" "Sí, Alejo", le respondí verdaderamente triste. Y después de una pausa agregué mirando el piso: "porque yo nací el mismo día que vos moriste".
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Me abrazó con la mirada, buscó mis ojos, y no con poco dolor presentí su pregunta al llegar: "¿Por qué tardaste tanto?"

8 comentarios:

  1. que lindo pili!!!!!!
    cos

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  2. no se qué comentar. Me gustó pero me superó, como cuando al cazador lo apuran.

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  3. Me conmovió el final, muy bueno!

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  4. Cos: Gracias por leerme! Sos una divina.

    Anónimo 1: Me gustó tu comentario. En serio.

    JPP: No precisamente... jajaja

    Ama: gracias, gracias, gracias!

    Anónimo 2: Me alegra saberme capaz de producir esa emoción a través de la escritura. Gracias!

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  5. AHHHHHHHH, QUE LINDO, QUIERO MÁS....

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  6. Buenísimo, Pili. Eso sí, me pregunto si lo del rol de subalterno en realidad no es exactamente al revés!

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