martes, 19 de enero de 2010

Verdad inventada

No era una noche cualquiera. Se notaba en el aire. Algo de neblina e intuición femenina. Algo no andaba bien.
AAAMe bajo del auto junto a la desconocida que subí en el camino. “Por favor, ¿me llevás al hospital de acá a la vuelta? Un familiar mío está muy mal”. No terminó de hablar que yo ya la había levantado. Lo de samaritana se me impone a veces a lo de precavida.
AAACuando estoy sacando la llave de la cerradura, noto un grupo de chiquitos con caras insinuantes, sugestivas. Salían del colegio o algo así porque cargaba cada uno con su mochila. Me miraban. Me alejo y, de refilón, mi ojo percibe que me siguen mirando. Algo se traían entre manos.
AAAEl aire del hospital olía a farmacia. Detesto ese olor. Cómo odio ese olor. Pero éste era particularmente feo. Mucha luz, mucha. Y sin embargo era de noche. ¿Por qué seguía al lado de la desconocida? Ah, por eso de samaritana: tenía que asegurarme de que todo saliera bien.
AAAEn la sala de espera miro las caras lisas de los parientes. Lloraban sin llorar. Había demasiado blanco en el paisaje y muy poco contraste. Mucha luz. Observando tal cuadro sordo, veo en la cartera entreabierta de la que sería la madre de alguien mis llaves. Las llaves de mi departamento que había perdido hacía por lo menos dos semanas. Pensé que los “caras lisas” iban a escuchar los clarísimos golpazos de mi corazón. El calor me subía por el cuello e inmediatamente empecé a transpirar. Días enteros había buscado mis llaves. Así que, con la poca compostura que me quedaba decidí romper el velo que me separaba de esos fantasmas, y estirando la mano, firme y sigilosa, tomé lo que era mío.
AAALlaves en mano, veo en el cuarto del internado cómo una enfermera de pelo muy negro, ojos huecos y labios color cera se acerca hacia el paciente con la comida que yo al mediodía había preparado para esa noche. ¡Mi comida! ¿Era posible? ¿Qué tenían contra mí esos desconocidos? Desorientada y vencida me puse a llorar y pedí al aire que por favor me devolvieran mi comida. La enfermera de pelo muy negro y labios color cera me acerca una feta de jamón a modo de trueque, a la vez que hace señas para que me calle. Callate, idiota. Claro, no había sonidos. Nadie hablaba y los que lloraban lo hacían en silencio. Era un cuadro sordo en el que a mí se me daba una feta de jamón para no desentonar.
AAASalgo sola con mis llaves y mi feta de jamón. Mis hermanos aparecen de entre los árboles. Qué lindo verlos. “¿Vamos al auto?” Noto, para mi preocupación, que los chiquitos seguían en su lugar. Pero esta vez me miraban riendo y haciendo señas que, claramente, le daban inicio a algo nuevo. Mi intuición femenina, humana o animal (la que sea), lo entendió todo: nada bueno iba a pasar. “¡Corran!” llegué a gritarle a mis hermanos con una voz que ignoraba podía tener.
AAAEmpiezo a correr. Pero tenía que hacer algo más inteligente que correr. Por eso, viendo el barranco que me acompañaba a la derecha del camino, decido ganar ventaja tirándome para rodar acostada. Pero como si el destino se empecinara en torturarme no había manera de avanzar; y cuando finalmente aterrizo, boca arriba y sin aliento del miedo, el capo de la banda me pone con mucha fuerza el pie sobre el esternón. Quedo inmóvil y sin aire. Sus compañeros hacen un semicírculo a mi alrededor. Me sacan la cartera negra y la acuchillan con una navaja. Por favor no se lleven mi billetera, pensaba aturdida. Entre los que me rodeaban había una chica. Mientras me miraba se babeaba y se hacía pis. Algo de la situación la excitaba. Parecía un animal que me devoraba con la miraba.

AAAMe despierto con el timbre del departamento. ¡Gracias a Dios y a María Santísima! Sólo Él sabe cuánto odio las pesadillas. Las odio más que a este timbre que, insistente, no me espera a que me recupere. Cómo me asusta ese timbre. Seguro que es Juli que no puede abrir porque dejé las llaves puestas en la puerta. Así de descompuesta y transpirada como me había dejado esa pesadilla, voy a la puerta reflejando a cada paso las secuelas de mi espanto, porque cuando estoy muy nerviosa o asustada las piernas me tiemblan como hojas. Paranoica, como imaginarán, opto por usar el visor que siempre omito. Ah, se habían equivocado. Una señora como de cincuenta y largos años –que nunca había visto antes–, con saco azul francia, pelo rubio ceniza hasta los hombros perfectamente armado y enormes aros dorados, me decía que no con un dedo y con sorna. Traté de no asustarme; al fin y al cabo, hay de todo en este edificio.
AAAPero cuando vuelvo al cuarto, sencillamente no puedo describir lo que mis ojos encontraron. ¿El infierno de Dante, tal vez? El corazón me empezó a latir ya peligroso. ¿Qué estaba pasando? La cama de Juli no estaba y mi cama estaba en el medio del cuarto, torcida, hecha un verdadero caos. Busco la cama de Juliana agarrándome el pecho con la mano con la esperanza frenarlo un poco. Tiene que estar en algún lado. Y como el que busca encuentra, contra la pared del fondo veo su colchón en posición vertical. Sin sábanas, sin nada. Pelado. Me empezó a temblar la mandíbula. ¿Qué estaba pasando? Intento acercarme, y esta vez, lo quimérico del espectáculo me deja blanca y paralizada al notar que del piso de madera se asomaban unas pequeñas lenguas de fuego. Y yo estaba tan despierta. ¿Qué estaba pasando? Mi departamento se incendiaba, y yo tan sola a las no sé qué hora sería. Una idea merodeaba mi cabeza y no me gustaba nada.
AAASalgo del cuarto para confirmarlo y no puedo más que taparme la boca, casi deformando mi cara, para sofocar un grito. Mi cartera negra que estaba arriba del sillón toda acuchillada, con mi billetera adentro y con mis llaves. Se me acalambraron las manos y los muslos. Me caigo al suelo llorando sola y como de tres años. ¿Se da alguien una mínima idea de la dimensión de lo que me estaba pasando? Todavía me estaban buscando, ¿por qué me buscaban? Y la señora de saco azul, ¿quién era? Y el cuarto incendiándose y Juliana no estaba y yo llorando sola y como de tres años. Corro al teléfono. Papá me va a ayudar, él siempre me va a ayudar, pienso. Marco los primeros cuatro números de su celular y mi dedo flaquea presionando dos veces el cinco. Corto y exhalo tratando de calmarme. Cuando voy a marcar de nuevo, silencio. Un silencio más mudo que el del hospital. No había tono. Ya estaba. Ni siquiera me podía escapar por el balcón porque éste da al pulmón del edificio. Era el fin, y yo tan sola.
AAA “¡Alicia! ¡Alicia! ¡Alicia!” le gritaba a mi vecina con esa misma voz que ignoraba. El timbre macabro suena nuevamente. No dudo en correr a abrir la puerta. Tenía que ser Alicia. Gracias Dios era Alicia que estaba de espaladas, pero... qué raro, con un saco azul francia. Eso no me gustó. Cuando empieza a girar, al mismo tiempo que yo buscaba ansiosa su mirada, no quise entender que lo peor estaba por pasar. Era la mujer de saco azul francia, esta vez con el pelo castaño, que me estaba esperando con sonrisa triunfal y estirándome la mano. Ya no había nada más que hacer. Así que, estirándole yo mi mano, me entregué.

3 comentarios:

  1. Entre temor y desconcierto... Era otra pesadilla o es solo la imaginación?
    Besos Pili!
    Vicky

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  2. ¿Es un editado de varios sueños o fue todo de un saque?
    Poltergeist un poroto.
    Muy buen relato.

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  3. O te dejas de drogar con basura barata o vas a terminar escribiendo pero en una granjita de rehabilitacion ...
    Macu

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