sábado, 19 de septiembre de 2009

Primavera

Era 23 de septiembre y, por esas cosas de la vida, ella estaba en la casa de sus padres -en la que no vivía oficialmente desde hacía un año y medio- y con una taza de café con leche recién batido entre sus manos siempre frías -el café de filtro no existía en esa casa-.
AAAAEn fin, era muy temprano considerando que no pensaba ir a ningún lado aquella mañana; y en un movimiento desprevenido, en un movimiento cualquiera, ese olor a mañana primaveral mezclado con ese conocido aroma a café batido, la trasportaron hacia ya tres primaveras atrás, hacia aquel sitio en el que se sintió amada y en el cual realmente amó por primera y única vez a una persona.
AAAAEn pijama y con las piernas cruzadas frente a la computadora, recordó cómo el ruido de la vieja conexión telefónica a internet era Pompa y Circunstancia en sus oídos. Una relación que comenzó por las letras y a través del e-mail. Solo el que gusta de escribir sabe del irresistible poder de seducción que tiene la palabra dirigida a otro que también gusta de escribir.
AAAACon un sutil movimiento de la mano agitaba la poca espuma que quedaba en el fondo de la taza. No supo escuchar consejos, estaba loca de amor, pensaba en verdad que perdería el juicio de todo lo que lo quería. Le daba miedo, tanto miedo. Y en el centro del poco café que quedaba en la taza, enmarcado por los restos de espuma, su boca se reflejó: eran iguales, peligrosamente iguales y cada uno reflejaba del otro aquello que no quería ver.
AAAAEse abrazo, esa mirada de fascinación, esa canción, esas ocurrencias. Todo esto ya no la hacía llorar pero, a veces sí.

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