lunes, 21 de septiembre de 2009

De errores y terrores

“Superación” pareciera ser uno de los términos más difundidos no sé si por la psicología, la religión, la tendencia o qué pero, presente en todas partes como la ropa de moda, a uno le resulta imposible hacerle el quite y por eso llega a sentirse en la obligación casi constante de tener que superarse. Algo más o menos así fue lo que en distintos momentos de mi vida me movió a hacer alguna que otra estupidez.
AAAAYo soy una persona miedosa por definición. Soy sensible y muy miedosa. Miedosa no con todo, por supuesto (para ciertas cosas tengo un nivel de temeridad capaz de paralizar a más de uno), pero sí con cuestiones muy puntuales como ser películas de terror y parques de diversiones con juegos que impliquen terminar patas para arriba. Lo primero no me trajo muchos inconvenientes en mi vida porque en mi casa jamás se consumió ese tipo de cine pero, lo segundo sí, porque siempre que fui a un parque de diversiones me quedé con la horrible sensación de que me había perdido de muchas cosas, ya que si me subía a las tazas y al pulpo me podía dar por hecha. Terca hasta la médula, cada vez que me iba me proponía que la próxima vez me subiría a la montaña rusa (“el rulo pasa rápido”, me decían mis amigas con ánimo de alentarme), así mis acompañantes tuvieran que arrastrarme.
AAAACon el grupo de Comedia habíamos terminado el último show y para festejar fuimos al Showcenter de Panamericana. Mis amigos de Comedia eran la mejor compañía para que yo pudiera superar ése mi gran miedo. Así, inhalando una bocanada importante de coraje ficticio me subí a la montaña rusa, con dos rulos. No me pregunten cuál era el problema real que tenía ese aparato porque no lo sé, sólo sé que no sólo no superé un carajo mis miedos sino que me bajé con una contractura y unos dolores físicos equivalentes al de un ser recién atropellado por un camión en el medio de la ruta; obviamente, combinación de un pánico irrisorio con una máquina vieja y para nada bien aceitada. “Tuviste mala suerte” me consolaban mis amigos, “No te tenés que quedar con esta impresión”. Por las dudas, como ejercicio terapéutico, lo de la montaña rusa quedó suspendido indefinidamente.
AAAAOtro episodio memorable está relacionado con el “terror – terror”, ése de las películas y de la “Casa del terror”, también ubicada en los parques de diversiones. Fue un día común y silvestre en el mismo Showcenter. Habíamos ido con mis amigas al cine a ver una película. Camino a la salida nos encontramos con “La casa del Terror” y ni una sola persona en la cola. “¿Entramos?”, creo que si la idea no fue mía le pega en el poste. “¿Vamos?”, “Vamos…”, “Dale…”, “¡Vamos!”, “Bueno”, “¡Dale!”. Cuestión que sacamos cuatro entradas y nos acercamos a la puerta: “¿No hay nadie para este juego?”, “No” nos dice la chica de los boletos, “Lean bien el cartel antes de entrar”. Lo de siempre: que si estás embarazada, que si sos cardíaco, epiléptico, asmático, reumático, etc… pero ahí abajo la nota lapidaria: Una vez cruzado este punto tiene que seguir hasta el final; no puede retroceder bajo ningún punto de vista, ni separarse nunca del grupo. A todas se nos frunció el alma; lamentablemente Agus y Mili lo manifestaron antes que yo y dieron por perdida la plata de la entrada sin el menor pesar. Después de putearlas un rato, Caro me miró inquisidora “Obvio que vamos nosotras, ¿no?”, “Siií” le dije con el hilo de voz que me quedaba tratando de disimular el curso natural de un preinfarto. Íbamos a entrar solas, ¡solas!, a la casa del terror, no había nadie más que nosotras dos. Como ya no había vuelta atrás, creímos conveniente planificar una suerte de estrategia como para al menos no morir en el primer tramo y llegar con algo de vida al último. “¿Vanguardia o retaguardia?” le pregunto a Caro, “¡Vanguardia!”, buenísimo porque yo siempre pensé que si me van a matar que lo hagan por la espalda me resultaría relativamente bien porque no sufriría de antemano, en cambio eso de ver lo que me va a pasar, me puede enloquecer.
AAAAAsí entramos las dos solas y como en trencito: Caro adelante y yo atrás. La jaula con Hannibal Lecter que casi desvanece a mi amiga a mí no me produjo mayores traumas porque, lógicamente, yo no había visto la película y, además, estaba enjaulado. No recuerdo con detalle todas las apariciones porque como yo no “manejaba”, casi que hice todo el viaje con los ojos cerrados. Lo que sí recuerdo fue un momento en el que entramos a una morgue y entre los fiambres colgantes apareció uno medio vivo que, para mi gusto se nos acercó demasiado. Haciendo uso de lo que me quedaba de racionalidad increpé al moribundo diciéndole que él no era más que un actor y que si se acercaba medio centímetro más le iba a hacer juicio a la empresa, a él y a toda su descendencia.
AAAANunca supe cuánto tiempo estuvimos adentro pero, para mí fueron días. El final del trayecto fue el peor porque tocó mi flanco: se prende una motosierra con toda la furia y siento en la nuca el viento de su hoja girando a toda velocidad. Si Caro no moría descuartizada por el aparato seguramente lo haría por el estallido inminente de sus tímpanos. Grité como nunca y, siguiendo la consigna de no separarnos, casi que la alcé mientras corría como alma que lleva el Diablo. Se abrieron las puertas y, además de Agus y Mili matándose de risa, vimos para nuestro eterno papelón y exponiéndose en una tele a la vista de todo el mundo, una foto congelada de las dos saliendo de la casa a grito pelado con caras deformadas y rodillas por el pecho. Me divierto con la historia pero, al igual que con la montaña rusa, no lo volvería a hacer.
AAAAPero, lejos, mi peor error e intento de superación sucedió al querer hacerle frente a las películas de terror que como buena cinéfila resultaron siempre una materia pendiente en mi vida.
AAAAEstaba de novia con Sebastián e ir al cine era un programa periódico. La prima de él se había sumado al programa y cando llegamos al complejo descubrimos que en cartel no había nada de lo que usualmente nos gusta mirar. Una de las opciones era la remake de un clásico del terror llamado La masacre de Texas. “¿Vemos ésta?”, preguntó Matilde con bravura adolescente. Pensé que si originalmente se trataba de un clásico que había cambiado la forma de hacer cine de terror, y que si yo ya estaba más grandecita y por lo tanto más valiente y, mal que mal, contenida por Sebastián, nada tan terrible podría sucederme.
AAAAError número mil. No sólo me tuve que levantar a tomar un café y a fumar un cigarrillo en la mitad de la película sino que las imágenes pornográficamente sangrientas me quedaron impresas en la cabeza hasta hoy. Creo que no pude dormir durante una semana completa. Luego de tanto reflexionar sobre los efectos del terrible error que fue ver esa película, descubrí que una de las cosas que más me afectó fue el hecho de que se tratara de un suceso verídico. Mi sensibilidad es algo tan delicado que durante el tiempo que duró el film no hice más que ponerme con una facilidad inaudita en el lugar de las víctimas y pensar en lo que no le pasaría a mi pobre psiquis de vivir yo una situación como esa.
AAAALuego de pasar unos tres días sin dormir llegué a la conclusión de que si bien hay cosas que uno puede y debe hacer el intento de superar, hay males que son simplemente genéticos y contra los que es mejor no luchar ya que hacerlo puede causar daños irreversibles en nuestra naturaleza. Así fue como, a fuerza de terquedad, estupidez y varios malos tragos, logré aprender la lección.

2 comentarios:

  1. Guauuuuu!!
    Dale, Pili.... ídola.
    Beso enorme.
    Felicitas

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  2. Excelente cuento Pili, lloré de risa literalmente... Te felicito. Caro.

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