domingo, 9 de octubre de 2011

Revolver

Aquella mañana se levantó con la firme determinación de ir a comprar un revolver. Había ahorrado y agotado ya por completo su fantasía navegando por distintos sitios de internet y no tenía ya más remedio que pasar a la acción. Era impensado o impensable, mejor dicho, para cualquier vecino imaginar que aquella mujer, aquella señora mayor fuera capaz de subirse junto a tres de sus siete gatos a su Renault 12 celeste con el fin de comprarle un revolver a "Tony38". Algo chiquito, le había especificado ella en una suerte de chateo codificado.
    En esa compulsión que tienen todos los vecinos de llenar de contenido los incesantes vacíos argumentales que necesariamente representan la vida de esa gente de la que se sabe poco o nada, Romina se decía a sí misma que Susy seguro estaba llevando a los gatos de mierda al veterinario. Y de paso les deseó que tuvieran alguna enfermedad incurable y que, pobre Susy, se viera en la obligación de tener que sacrificarlos ahora mismo o, si no era eso, que al menos se cayeran por la ventana del auto andante y los pisara el 740 de la mano de enfrente. Cómo odiaba Romina a esos bichos pero, no era su culpa. Era culpa de Susy. Ella nunca había tenido nada en contra de los animales hasta que le tocó convivir con una vecina solterona dedicada a levantar de la calle a cuanto cuadrúpedo necesitado de algo se le presentara. Y los perros -cinco- se la pasaban ladrando al lado de la ventana del pobre Santi y despertándolo a cada rato de sus siestas; y los gatos mugrientos, descarados, se paseaban por su jardín como si fuera el de ellos. Romina hubiera deseado tener una gomera para tirarle a los bichos pero, no la tenía y tampoco la iba a ir a comprar, no era cuestión. Fantaseó muchas veces con ponerles comida con veneno pero, veía muchas series policiales y sabía que por cómo esta mujer quería a sus bichos era capaz de pagarles una autopsia y no podría negar su evidente culpa... Igual tampoco sabía si se hubiera animado. Así que no tenía más remedio que descargar su ira a escobazos, patadas, gritos e insultos contra los animales cuando estos sinvergüenzas se cruzaban a su territorio y, a propósito -seguro- dejaban sus desgracias en la puerta de atrás, justo para que ella las pisara al salir a la mañana. Pero cuando la veían aparecer a Romi se iban los bichos, rajados como podían, a la calle o a lo de Susy. Era una guerra no declarada, silenciosa pero, abierta y feroz la que libraban los doce bichos y Romina. 
    Es que Romina no entendía. Seguro que tampoco hacía el esfuerzo pero, no entendía. Y si se tiene en cuenta que su indiferencia por los animales se terminó convirtiendo en aversión, menos aún podía lograr entender a Susy. Sin embargo hubo un instante, una advertencia: y esto fue cuando, a través de la cerca, Romina la vio a Susy dándole a los perros galletitas de leche Manón, como las que ella le daba a Santi. Susy la vio y le sonrió, porque entre ellas el trato fue siempre de lo más cordial. Le sonrió y, en esa sonrisa, le trató de explicar que todo ese bicherío era su familia. Romina también sonrió pero, nada servía. Ya había llegado a un punto en el que esa misma imagen la violentaba, así como también la enloquecía el ver a los perritos en invierno pavonearse por el barrio con un saquito tejido y cara ser humano.
    Sin embargo nunca un roce entre ellas, ni por ese asunto ni por ningún otro. Cuando se pasaban los perros y Susy los venía a buscar esta última se deshacía en disculpas y Romina le decía "no pasa nada, está todo bien". A Romina no le gustaba pelear con nadie, era una conciliadora de pura cepa, a la que todo rencor le navegaba en circuito cerrado por dentro. Prefería sufrir hasta desaparecer antes de verse metida en una discusión. Así se pasaba la vida cediendo y aguantando.

Tony38 no estaba en el cuchitril pero, le había dejado el recado a Lucho de lo que quería la señora. Lucho no se sorprendió en absoluto de Susy; estaba acostumbrado a venderle armas a las personas más insólitas e increíbles que uno pudiera pensar. Eso sí, había un detalle, un rasgo, un gesto que a Lucho nunca se le escapaba y que era, precisamente, el que le indicaba quién iba a matar con esa arma que se llevaba o, mejor dicho, quién se llevaba el arma específicamente para matar. Y Susy era una de ellas. ¿A quién iría a matar? El vendedor, al igual que los vecinos, también siente la necesidad de llenar de contenido los vacíos argumentales que se le presentan. Esa mujer iba a matar a alguien y no podía más que verlo como un error enorme, o como un impulso de eso que se llama, creía, emoción violenta. Se moría por averiguar algo, por quizá persuadirla de alguna manera pero, temía también quedar pegado. Si esta mujer no se deshacía del arma como correspondía iban a llegar hasta ahí y lo iban a interrogar. No sería la primera vez pero, si llegaba a saber algo más... "Es para mi seguridad. Vivo sola hace muchos años, desde que fallecieron mis padres, y no me siento tranquila. El barrios se puso peligroso..." Y según se le agotaba la inventiva, la voz se le iba apagando. Por eso mismo quiso irse de ahí lo más rápido posible. "Deme una caja de balas para esto" dijo algo nerviosa mientras buscaba más plata en su monedero. Pagó, metió todo adentro de su enorme cartera y se fue.
    Los gatos habían meado todo el auto y el olor era insoportable, incluso para Susy. Los maullidos cual coro de tragedia griega también eran cada vez más insoportables. Y el calor... el calor de los últimos días de diciembre siempre tendiendo a potenciar todo, a hacerlo más terrible. Por qué la gente no podía entender su amor por sus hijitos. Por qué ella sufría por ello. Nadie, absolutamente nadie valoraba todo lo que ella hacía. Ni siquiera los que también tenían mascotas. Por ejemplo Cristina -otra vecina- apenas se ocupaba de alimentar a Tarzán pero, ¿vacunarlo?, ¿desparasitarlo?, ¿bañarlo? Ah, no, señor. No. Solo ella lo hacía. Pero con Romina algo nuevo se había despertado, algo que la consumía día a día como un cáncer hambriento e imposible de extirpar. Fue cuando la miró incrédula, inconmovible, darle las galletitas a sus bebés. Ese día cruzó la barrera de la incomprensión a la que estaba más o menos acostumbrada para convertirse en algo distinto. Sí. Para convertirse en lástima. Sí, lástima era la palabra, una lástima burlona. Ay, cómo le dolía ese veneno, por Dios. Tenía que sacarlo de alguna manera. Ese "pobre mujer inadaptada en este barrio lleno de gente llena de familia". Era fuego, un vómito hecho todo de fuego constantemente al caer, al salir; un vómito de lava hirviendo tal vez. Susy podía soportar la incomprensión, vivir en la soledad que le generaba esta pero, ¿la lástima? No. Si quería seguir viviendo debía cortar ahora con ese sentimiento invasivo si quería seguir viviendo.
    Y así fue. Romina y los que estaban ahí no pudieron creer verla a Susy sacar de su enorme bolso floreado de plástico una pistola en plena vereda. ¿Qué hacés, Susy? Llegó a decirle Romina pensando, tal vez, que quizá fuera una pistolita de juguete que pensaba relgalarle a Mati. Nunca le habían gustado los regalos bélicos -ya se lo había dicho una vuelta que le regaló una bolsa llena de G.I.Joe- pero, bueno tal vez no reparó mucho en eso. Pero un solo segundo bastó para notar que la pistola no era de juguete. Con el primer disparo bastó. El primero de los doce que Susy descargó. Exactamente uno por cada animal.

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