martes, 27 de julio de 2010

La niña aprendiz

Tenía cuatro años y allí estaba, sentada en el banco blanco de plaza del jardín de su casa, que entonces era verde y antes natural, con una revista de historietas, cuidadosamente sostenida en sus pequeñitas manos de piel tentadora y uñas sucias de campo. Era hermosa y allí estaba, hojeando con detenimiento cada página, tratando de descifrar a través de los dibujos, la trama de la historia, de lo que allí se escondía. Era hermosa pero, no como las muñecas sino como esas fuerzas vivas que quieren devorar el mundo entero y su belleza de un solo bocado; como si de una esponja llena de agua fresca se tratara lista para ser sorbida con toda la sed, con toda la pasión.
   Pero, no era lo que hacía en ese momento lo que llamaba la atención sino lo que esa cabecita pensó mientras pasaba con suavidad los dedos por la superficie áspera de la hoja: "Mirá cuando sepa leer..." Pensamiento promesa, amenaza, presagio, advertencia. Pensamiento presentimiento, pensamiento seguridad.
   Ya sabía esa niña de pelo lacio y sedoso -o quizá lo estaba eligiendo- que la lectura sería en su vida su lugar preferido. Un lugar de reposo, de salida y de llegada, de sobrecogimiento, de alimento, de alegría y de llanto. Una fuente de vida eterna, de juventud de alma. Quizá presintió, sin saberlo, que las palabras de otros que vivieron y murieron mucho antes que ella habrían de responder a muchas de esas preguntas que su tenaz espíritu iría a hacerle. Tal vez descubrió, en ese instante y en la fuerza de esas grafías, que el mundo que quería absorber desde que nació se escondía en una sola acción, la de leer.
   Allí estaba sentada y de cuatro años, enfrascada en sus pensamientos, mirando concentrada esos signos misteriosos con ojos enormes, sonrisa en los labios, calor y fascinación. Con la misma fascinación con la que de adulta mirará un texto escrito en una lengua desconocida; o con la que le provocará el olor del libro nuevo. Curiosidad, saber, sentir.
   La imagen de esa niña, sentada en ese banco blanco, que entonces era verde y antes natural era tan estática, tan quieta como la de un volcán de lava previo a la erupción.  Allí estaba, en los dedos pequeños rozando con suavidad las ásperas hojas de aquella revista a color. Allí estaba, en el silencio de una tarde de verano y en las palpitaciones de un corazón vivo, demasiado vivo. Seguro que detrás de las pecas estaba sonrojada de emoción y, seguro también, que debajo de los párpados de pestañas tupidas sus ojos brillaban con avidez, ansiedad y desesperación. Desesperación por alcanzar a sus hermanos mayores que en ese momento corrían por el jardín jugando a cualquier cosa. Ellos, más grandes, ya sabían leer los secretos que a ella, por ahora, le estaban vedados. Cruelmente vedados. Ellos tenían todo, y a ella todo le faltaba.

3 comentarios:

  1. Me mató esta frase! ¨Era hermosa pero, no como las muñecas sino como esas fuerzas vivas que quieren devorar el mundo entero y su belleza de un solo bocado¨

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  2. Que paso con el diario de Irene?

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  3. Acá estoy leyendo nuevamente.
    MJM

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