martes, 23 de febrero de 2010

Crónicas del Paseo Rico


Mientras me ato los cordones miro con asombro mis gastadas zapatillas de correr y no puedo creer que hayan llegado a estar más de dos años guardadas. Me gusta lo gastado porque me da sensación de vida vivida; quizá por eso hoy no le temo tanto a la vejez. Mañana no sé. Muevo los dedos meñiques de ambos pies sólo para comprobar que los agujeros que se le hicieron hace tiempo a la tela -uno más grande que el otro- todavía pueden aguantar algunos kilómetros más. Doy vueltas en círculo dentro de mi propio desorden que no me deja salir y me pregunto en vano cuántos grados harán, en vano -digo- porque en realidad no quiero saber: más de treinta y cinco hacen seguro. Sólo a mí se me ocurre volver a la actividad física en pleno verano de humedad bonaerense. Un mendocino revienta como sapo a los cien metros. Pero yo estoy entusiasmada. Hace un mes arranqué corriendo no más de cinco minutos y haciendo cuarenta y cinco de recuperación, y hoy hago cuarenta de corrida y diez de caminata reparadora. Superación, amigos, superación. Mi palabra kármica.

AAAAEl Paseo Rico es un verdadero lujito bellavistense. Se trata de un precioso boulevard natural prolijamente escoltado por dos hileras de frondosos árboles, al que durante su intendencia Aldo Rico, sólo con insertarle varios carteles de “Corredor aeróbico”, lo dejó convertido en la gran pegada de su último mandato; y al que los que vivimos en Bella Vista le decimos “Paseo Rico” casi con altanería clasista, porque también ahí va a pasear y a tomar un poco de verde toda la gente de San Miguel que vive encerrada en un departamento o en un dúplex con un jardín minúsculo.
AAAAEl tramo de casi tres kilómetros que atraviesa todo Bella Vista desde el Club Regatas hasta la Estación Muñiz, junto con las vías del San Martín que corren paralelas, parten en dos a la sociedad bellavistense: la que vive de este lado de las vías y la que vive del otro lado de las vías. Y, aunque a los de aquí no les guste juntarse con los de allá, ni a los de allá con los de aquí -porque unos consideran a los otros unos grasas y los otros a aquéllos unos chetos-, la realidad es que no existe un mejor lugar en todo el partido de San Miguel para salir a hacer actividad física. Entonces ahí terminamos todos unidos en dulce montón bien tempranito a la mañana, o tipo siete de la tarde, hora en que empieza a caer el sol: los de aquí y los de allá, los del Club Regatas, los del Social y los del San Miguel Nacional C; los que vivimos a una cuadra y los que llegan desde la otra punta con el auto. Todos sin distinción vamos a parar al mismo lugar y la mezcla, lejos de ser problemática –con algunos policías en un par de puntos estratégicos- funciona a la perfección.
AAAAAl primer impacto de mi pie sobre el polvo del corredor siento el mismo placer que me produce sentarme a ver una y otra vez esas fotografías infinitas, ésas que por más años que pasen no puedo dejar de mirar, simplemente porque cada vez que lo hago descubro algo nuevo, algo absolutamente distinto. Y en este mismo impacto, el gong de apertura al cambio de los conocidos códigos sociales por otros todavía más naturales, los de ser atraídos todos por el mismo lugar y estar allí con el mismo fin. La persona que está en el corredor es digna de respeto porque está haciendo algo bueno por él mismo al igual que yo. Tanto es así que, por ejemplo, a ningún hombre que esté corriendo o caminando se le cruza por la cabeza piropear ni de lejos ni de cerca de ninguna de la las que vamos desfilando en calzas y musculosa. Cada uno va concentrado en lo suyo y a lo sumo si mira al otro lo hace con insólita y sincera solemnidad.
AAAAIgualmente, como en todo código natural, la estratificación jerárquica o la ley del más fuerte no le escapa al Paseo Rico. Pero, contrariamente a lo que muchos pueden pensar, esto nada tiene que ver con una cuestión de pilcha o dinero. Poco importa quién va portando zapatillas con cámara de aire, gorrita, mp3 o Baby G último modelo y quién sólo un par de bermudas, zoquetes y zapatillas de "papi" porque no tiene un calzado más adecuado para la ocasión. En el Paseo Rico el estatus se consigue con resistencia deportiva. El que corre más rápido y te pasa de ida y de vuelta, ése, siempre te va a mirar desde arriba y uno, lejos de resentirse, se motiva para seguir y superarse. Los de la clase más baja son, por ejemplo, las jovencitas que salen a caminar con una botella de agua en la mano y hablan más rápido de lo que avanzan. Tal es así que cuando encontramos a un hombre vestido de jogging, caminando al lado de su chica, éste no puede sostenerle a nadie la mirada porque se siente irremediablemente avergonzado: él debería estar corriendo. Sin embargo yo lo aplaudo, ora por los puntos que está haciendo para conquistarla, ora por ser tan buen compañero. Por otro lado, las señoras y señores grandes que salen a caminar pertenecen a una muy respetable calse media que nadie se atreve a criticar.
AAAAEn el Paseo yo vendría a estar en una especie de clase media tirando alta porque corro, lento -estilo boxeador- pero, al fin y al cabo corro y lo hago sin pausa durante cuarenta minutos. Así que cuando veo que me despieina una chita que pasa casi imperceptible haciendo un pique corto, me repito a mí misma que lo que importa no es la intensidad sino el tiempo. Pero la realidad es que allí los que mandan, la "crema" del Paseo, son los que corren rápido, y entre éstos brillan siempre ante mis ojos los futboleros. Yo los miro y los admiro por cómo corren y por jugar a ese deporte que tanto me gusta. Los miro y los distingo a cien metros de distancia: son todos flacos, rápidos y medio chuecos. Otro de los que está por ahí arriba es el negro suicida que me hace preguntarme qué carajo le pasará para salir a correr con polar cerrado hasta el cuello un ocho de enero de treinta y seis grados de sensación térmica. Si se hubiera caído de lleno a un lago vestido como está no estaría tan mojado. Pienso que quizá la mujer lo acaba de dejar y tal vez por eso no tendría a mal morirse de un golpe de calor. Cuando pasa por mi lado le ruego a Dios que no se me desplome y reconozco que, aunque loco, él es uno de los de las clases más altas del Paseo, sin dudas. No se puede creer el olor que despide.
AAAAFinalmente están los que son difíciles de encasillar dentro de estos parámetros deportivos de alto rendimiento. Como por ejemplo la esponjosa y clara señora mayor, que me recuerda a Bola de Cebo y me despierta simpatía al verla avanzar animosa con su brillante traje de baño negro strapless, calzas tres cuartos, aros y vicera, tal como si el final del corredor desembocara directo en la Bristol. Siempre me sonríe -quizá- añorando su juventud, y yo siempre le correspondo -seguro- deseando llegar a grande con su espíritu: el de la sonrisa amplia y la conservación de la salud. O también el pancho que pasa varias veces como tromba en bicicleta tirada cual trineo por un galgo corredor; ése sí que me da bronca: eso no es salir a ejercitarse, eso es salir a ventilarse y ver cómo sudan los demás. O la señora que acaba de encontrar un cachorro abandonado y se lo ofrece a todos los que pasamos a mientras trata de no bajar el ritmo de su footing.

AAAALos primeros veinte minutos suelen ser los más difíciles. En ese tiempo trato de no mirar el reloj y concentrarme en la música. La primera parte de mi recorrido -que también es la última- consiste en un bucólico tramo enmarcado por bellísimos paraísos levemente inclinados hacia afuera, como a punto de desfallecer. Las copas espesas, empachadas de sol y de lluvia, se tocan en lo alto brindando una sombra que es agua y aire para el corriente, una sombra más plata que gris, una sombra que es caricia o aliento según se necesite.
AAAALos personajes van y vienen. Y cuando creo que me voy a poner a llorar de la emoción al ver a un padre trotar bien lento al lado de su hijito de no más de cuatro años -vestido exactamente igual que él-, a lo lejos y entornando levemente los ojos, hago foco en algo que no puedo creer. Mientras avanza y se acerca voy armando mentalmente el razonamiento al que me fuerza. Si el Paseo Rico es una sociedad jerárquica de las características que antes esbocé, el que viene de frente es el rey, el emperador del corredor aeróbico: un señor de unos cincuenta y largos -no me decido si cumplidos o vividos- corriendo un poco encorvado en bluyín, alpargatas y gorrita. Me conmuevo sin poder evitarlo. Todos lo hacemos. Él mira recio como si no notara que hasta los árboles parecen hacerle una reverencia. Ese señor, que en su vida cotidiana sólo desayuna hambre, dentro del Paseo, y al igual que en el carnaval medieval, se convierte en el rey indiscutido por el tiempo que está allí.

4 comentarios:

  1. Pili, muy bueno! Igualmente, faltó una foto de la señora "bola de cebo" al final del post.

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  2. Si los flacos no piropean no es exceso de solemnidad, es falta de aire.

    Los chuecos la mueven, siempre. Por eso le pongo una ficha a uno de mis hijos que anda con un pie apuntando siempre para adentro.

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  3. pili, ahi conteste la encuesta! pero yo lo haria un dia de semana de 19 a 21 o de 20 a 22!! jejej... mas como horario facultativo!!
    besooo
    cos

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  4. me pone my contenta q planees un taller.voy. belen

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