lunes, 2 de noviembre de 2009

Reencuentro

La soltería, como cualquier otro estado civil, tiene mucho de bueno, de malo, de aburrido, de divertido y de insólito. Pero, a diferencia de cualquier otro estado, tiene una dosis importante de exquisita libertad y otro tanto de pesada soledad. Tal era el estado civil de Rita Espinelli al momento de suceder esta historia; historia que sólo puede explicarse, justamente, por esas dos particularidades de la soltería.

AAAASe iba a encontrar con él después de dieciséis años sin verlo. Empezó como algo casual, fruto de esos milagros capaces de producir sólo ese insólito bolichín virtual que es el facebook, por donde asoman personajes que uno dice “Ahhh, no te lo puedo creer. ¿Este pibe sigue existiendo?”, con la misma sorpresa con la que descubriríamos que, finalizados los cuentos, la vida de los protagonistas no termina allí donde el autor colocó el último punto. Así, Ignacio Alves apareció sugerido como amigo en la web de Rita Espinelli. Había sido su primer novio, ése de la casi preadolescencia, el de los trece o catorce años. Lo aceptó. Ignacio sugirió un reencuentro. Lo aceptó también.
AAAAHacía diez años ya que Rita vivía en Buenos Aires, capital. La vida en Adrogué había quedado reducida a meras visitas a su familia o amigas del colegio los fines de semana. Si hay algo que tiene claro desde que se mudó es que ese pueblo chato no merece que ella pase ahí más de una o dos noches. Simplemente la deprime, aunque internamente no logre definir si lo que la deprime es el pueblo en sí o ella en él. Por este motivo, para que tal encuentro se produjera, Ignacio tuvo que viajar al centro ya que su casa y su trabajo de arquitecto se habían quedado por allá, en Provincia. Por otro lado, tampoco tenía auto, así que no tuvo más remedio que tomar el famoso Roca y soportar con relativa entereza que el tren cortara su servicio a mitad de camino, dejándolo a pata y buscando bondis a capital en pleno Lanús. Mensaje va, mensaje viene, lo que había sido una cita para las cinco de la tarde a tomar un café, se había convertido por esos caprichos del destino en un encuentro para tomar un trago largo a las siete y media de la noche.
AAAAEstaba igual –frase trillada si las hay pero, tan trillada como justa en este caso-. Exactamente igual que hacía dieciséis años. Nunca tuvo mucha gracia física. Ella lo miraba y se preguntaba qué había sido exactamente lo que le había atraído de él porque, repito, físicamente era un tipo que no decía absolutamente nada: ojos chicos, flaco, mediana estatura, tez canela, pelo castaño y lacio, y expresiones en su mayoría insignificantes. Sólo un par de detalles, revelados por él, así como al pasar, evidenciaban la inagotable marcha del tiempo, y eso era que el sujeto tenía averiados por lo menos dos de los cinco sentidos: veía poco y nada sin anteojos y, por no sé qué enfermedad, se estaba quedando sordo.
AAAAElla, en cambio, había cambiado mucho. Tanto física como espiritualmente. Siempre fue una chica hermosa, quizá demasiado petisa pero curvilínea y de rasgos faciales armoniosos. Pelo casi lacio y castaño y unos enormes ojos almendra. Tenía presencia y sonrisa compradora. Quizá al momento del encuentro su belleza estaba un poco menguada por razones que no se justificaría explicar en esta historia pero, nunca lo suficiente como para no mirarla. Él no lo podía entender. No podía entender cómo después de tantos años su poder seductor seguía tan vigente. Claro, Rita es una de esas mujeres (de las cuales yo sólo conozco dos en el mundo) que tienen un encanto similar al de una sirena: simplemente fascinan al hombre que seducen y su efecto resiste sin la menor dificultad los tiempos y las distancias más prolongados. Pobres, ellos.
AAAATanto tenían para contarse (un poco más de media vida) que se terminaron haciendo las casi dos de la mañana, un horario más que considerable si se anota que todo esto sucedió la noche de un miércoles cualquiera y que Rita estaba bastante cansada. Era contadora en una empresa de eventos y, ciertos días del mes, el trabajo requería de ella un ritmo y lucidez capaces de desmayar a cualquiera. Aquél era uno de esos días. Así que, más que satisfecha con el reencuentro, le dice directamente: “¿Vamos yendo?”. Ignacio lanza como para el aire una mirada de “Qué fiaca” imposible de esquivar y que bastó y sobró para tirarle encima a Rita veinte kilos de culpa. También –pobre chico- no sabía si ya habrían arreglado el tren o si para volver tendría que hacer, a esas horas de la madrugada, la travesía de los bondis. Con menos ganas que alegría por la situación le propuso: “Bueno, si querés, podés quedarte en el sillón de casa y te vas mañana a la mañana”. Se iluminó haciéndose el sorprendido como si no hubiera sido él mismo con su pinta de pollo mojado quien la indujo a hacer semejante ofrecimiento “¿En serio? Si no tenés drama yo te lo agradezco de verdad. Supongo que mañana, tipo siete, el Roca ya va a estar andando”. Ok, ok pensó ella, vamos nomás. Y fueron.
AAAALa noche estaba húmeda, tanto como corresponde en Buenos Aires. Esto no tenía ni pies ni cabeza. Rita ya se estaba arrepintiendo de todo: de haberlo aceptado como amigo en el facebook, de haberse juntado a “tomar un café” y –sobretodo- de haberle permitido pasar la noche en el sillón de su departamento. ¿Es que este chico acaso no tiene amigos? ¿Qué clase de persona que vive en Provincia no tiene en capital al menos un amigo que pueda ofrecerle un lugar donde caer muerto en situaciones como ésta? Pensó en preguntárselo sutilmente pero, después de repasarlo un rato se dio cuenta de que no había forma sutil de sugerir o preguntar algo así sin quedar como un animal. En fin, no importaba cuántos rivotriles se tuviera que tomar, ella iba a dormir igual. Necesitaba dormir igual.
AAAAUna vez en el departamento y después de una presentación muy veloz de los escasos ambientes que compartía con dos amigas, se sentaron en la mesa del comedor, –ni siquiera en el sillón, ¿eh?-; ella con la franca intención de cerrar el encuentro con una o dos palabras y hasta el día siguiente pero, él con todas las intenciones de prolongarlo un poco más. Pasados unos minutos Rita mira el reloj con disimulo y ahí nomás se quiere matar: ya eran las tres y media de la mañana de un miércoles, bah, de un jueves. Haciendo uso de la última reserva de cortesía que le quedaba le dijo “Bueno, bueno… Yo me voy a dormir. Mañana me levanto a las siete y te abro abajo. ¿Querés una mantita, algo para taparte? No es que haga mucho frío pero, bueno, qué se yo”. “No, no. Está bien”. Silencio de radio y lanzamiento al aire de cara suplicante, acompañado todo con la frase indeseada de: “Se me fue el sueño”. Rita puso esa sonrisa que parece dibujada con marcador y que esconde tras de sí la más variada y completa clase de puteadas habidas y por haber. “¿Sí?” preguntó casi sin abrir la boca y pestañeando repetidas veces como para que no se notara tanto su falsedad. Silencio de radio, otra vez. “Bueno, voy a hacer mate”. Terrible, esto era terrible desde todo punto de vista. ¿Por qué estaba ese chico en su casa impidiéndole irse a meter a su cama que estaba ahí, a pocos metros de ella, cruzando el pasillo, tan mullida, tan linda? ¿Por qué no se iba? Ya estaba, ya no había vuelta atrás. Ahora, Rita comenzaba a pensar en qué cataclismo podría justificar su ya decidida ausencia al trabajo al día siguiente. ¿Qué otra cosa podía hacer?
AAAAPuso agua a calentar y mentalmente le imploraba al Señor que las horas que quedaban pasaran lo más rápido posible en el curso de una conversación amena. Pero, no, nada más lejos. Resultó ser que, a medida que pasaban las horas –y según Ignacio por falta de descanso-, él escuchaba cada vez menos por ese problema en los oídos, mencionado más arriba. Rita se sentía hablando con su abuela que es sorda como tapia: modulaba inclinada hacia él a la vez que Ignacio, con los ojos a media asta –porque por el cansancio tampoco ya la veía muy bien- empujaba no con poca vergüenza el cartílago de la oreja derecha como para oírla mejor. Tanto la desesperaba la situación que no dudó en apelar a las señas cuando veía que repetía cien veces lo mismo. Igual que con Nina, la abuela. Pero lo que agravaba aún más la situación conversacional era que Rita tampoco lo escuchaba bien porque, como a esas horas a él su propia voz le retumbaba en la cabeza, tenía que hablar muy bajito para que no le doliera. Así que, por lo que pudo sacar en limpio: el muchacho va derecho a una cirugía de oído y, probablemente –aunque quizá no con tanta urgencia-, también a una de ojos.
AAAAYa eran las seis de la mañana y Rita no paraba de repetirse a sí misma que ya no estaba para estos trotes. No sólo estaba literalmente “para atrás” sino que además tenía que esforzarse por dibujarla de que estaba bárbara. Cuando se hicieron las siete cero uno de la mañana y por el ventanal se asomó el primer y casi imperceptible rayo de luz ella dijo sin el menor disimulo: “Bueeeeno. ¡Hora de volver a casa!”. Ahí nomás abrió la puerta, llamó el ascensor y bajaron. “Chau, chau”, dijo ella, y agregó haciéndose la simpática: “Muy bueno el reencuetro pero, la próxima vez venís a almorzar, así para eso de las siete de la tarde ya te estás volviendo, ¿no te parece?, porque esto, nunca más, querido”.
AAAANo le daban las piernas para correr a su apreciada, ansiada y extrañada cama. Una vez allí, tapada hasta la pera y debatiéndose sobre cuál mentira sería mejor lo decidió. Celular en mano, le mandó un mensaje de texto a Ana, su amiga del trabajo: “Ani, comí algo ayer que me hizo cagar toda la noche, no me puedo levantar del inodoro. Hoy no voy”.
AAAAEsa misma tarde, recién levantada de una siesta antológica, de ésas que parecen hechas de anestesia y de las que cuesta mucho levantarse, recibe un mensaje de texto de Ignacio: “Estuvo bueno anoche, ¿no? ¿Cuándo nos vemos de nuevo?” No, no. Lo antológico no había sido la siesta; antológico era lo de este muchacho.

5 comentarios:

  1. "Insólito bolichín virtual", me gusta (si estuviera en el insólito bolichín virtual acompañaría con dedo gordo levantado).

    El tipo le dice por mensaje de texto que la pasaron bien... la tipa, en otro mensaje de texto, dice que estuvo cagando toda la noche... qué triste!

    Delicioso relato!

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  2. Que risa el sordo... que personaje!!!!!!!!

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  3. siempre temí convertirme con los años en un denso como nachito... ah, la soledad hace desastres.

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  4. Increible... Pero existe la mera posibilidad de que abandones la practica de dar nombre y apellido, prendiendo fuego a cada una de las victimas de tu genialidad literaria? La otra noche no pude evitar compartir tu relato con vica, no pudimos parar de reir hasta las lagrimas... Definitivamente todo se transforma cuando UNO lo comparte con amigos... Abrazo gigante, nos vemos pronto !!! (literal)
    Macu!

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  5. Muy lindas las descripciones de Rita, con alguna excepción, claro. El relato parece tener un 99% de realidad.
    Recomiendo no incurrir en esas travesías del pasado, por mas que la intriga te carcoma.
    No esta bueno !!! y menos cuando casi 3 de los 5 sentidos no funcionan !!!
    O por Dios, terrible programa... mejor es ver los pitufos un dia de sol!!
    Un beso
    Rita.

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