jueves, 9 de diciembre de 2010

Muertaviva

Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!
A.N.

Hay días verdaderamente complicados. ¿Viste? La ropa, el quilombo y yo que no sé si estoy viva o muerta. Y empiezo a pellizcarme para ver qué onda. ¿Viva? ¿Muerta? Y me duele tanto el pellizco, como cuando estoy engripada, que enseguida me pongo a llorar; lo que en realidad es una cagada, porque no termino de definir qué significa eso: si lloro porque estoy viva o si lloro porque estoy muerta.
Vos estás durmiendo así que no puedo consultarte qué opinás del asunto. Quizá sos viudo y yo ignorante. Así que me levanto, medio persona medio fantasma, me lavo la cara y por las dudas me pongo ropa y por las dudas también voy a trabajar. A ver si todavía estoy viva y me despiden por "abandono de trabajo".
No me queda claro si el colectivo frena por mí o por los cinco que están conmigo en la parada. De éstos ninguno me saluda ni hace contacto visual porque, quiero pensar, cada cual está en lo suyo. Al chofer le digo Buenos días con una sonrisa pero, lo único que dice es, Un pasito para adelante, por favor. No pagué el boleto, o porque estoy muerta o porque nunca llegué a la máquina, todo depende.
Hoy es uno de esos días, com-pli-ca-dí-si-mos. Fijate que vuelvo a casa y cuando me acerco a darte un beso, no me ves ni me sentís en absoluto. Me acerco mucho, a por lo menos a quince centímetros de tu cara y no: el aire es libre y vos seguís en lo tuyo. Dudo en hablarte pero, ¿qué puedo decirte? Los labios me quedan rebotando, inseguros, secos, dolidos. Y ahí nomás me doy cuenta de que sos viudo y yo, un fantasma.
Y me voy al cuarto a leer un rato a Saramago. Y le doy gracias a Dios que nos permita a los muertos leer y, sobretodo, que no tenga un Index de libros prohibidos (de otra forma jamás podría agarrar justo a Saramago). Porque, no vayas a creer, no es nada sencillo darte cuenta de que estás muerta; es más, es bastante triste. De esa tristeza que te hace tragar saliva dos por tres. Que los que más querés no te vean es cosa seria. Y cuando yo estoy triste me da por leer, ¿sabés? Hay gente que la da por comer helado y esas cosas pero, a mí no. A mí se me cierra el estómago y me da por leer. No sé por qué.
Y en eso estoy, pensando en todas las preguntas incómodas que le voy a hacer a Dios ni bien lo vea, cuando de pronto escucho desde el cuarto de abajo un jubiloso y vivo ¡Hola, mamá!
Salto de la cama, yo y mi corazón. Corro por el pasillo descalza y bajo las escaleras a toda velocidad, sólo para abrir esa puerta y descubrir, en un abrazo apretado, lleno de besos y lágrimas, que estoy viva, todo lo viva que necesito estar.
Y vuelvo a nacer, como lo hago cada vez que esa voz dice mi nombre: mamá.

2 comentarios:

  1. Este comentario es cortito, enseguida te escribo uno por mail. Qué puedo decir: me encanta este texto; hay un registro tan conmovedor de la soledad... yo también ruego que de muerto pueda leer... textos como este. Un besote.

    ResponderEliminar