—Porque
necesita constantemente alguien nuevo que le recuerde su valor. Por ejemplo, le
encanta su trabajo pero no puede evitar aplicar para otros que no le interesan
en absoluto. Simplemente se alimenta del reconocimiento ajeno, del placer de avanzar
entrevista tras entrevista, aunque sabe que terminará diciendo "Te
agradezco pero, no".
—¿Es en serio?
—Te lo
juro.
—¿Y lo
ves en algún otro aspecto?
—Recién
ahora, ¿sabés? Recién ahora me doy cuenta de por qué estando muy feliz y
contento conmigo, dándole yo toda la seguridad que requería, no podía dar de
baja la aplicación esa en la que nos conocimos, y en la que se mide con tanta facilidad
tu capacidad de levante. No sé... No me lo veo como el perfil de tipo infiel
pero, no sé. No sé si soy yo, que soy una pelotuda a cuerda, que cree en todo y
en todos... No sé. Creo que es más de lo mismo: un hambre desmedida de
reconocimiento ajeno constantemente renovado. Agotador. Qué pena que me da,
¿sabés? Que todos podamos ver lo hermoso que es él, menos él...
—¿Y vos?
—Yo lo
entiendo en un punto. También soy muy insegura. Pero no me molesto en
disimularlo. Bah, en realidad soy tan insegura como él, o más; solo que me pega
totalmente para el otro lado: casi que evito el éxito y cualquier forma de
belleza para evitar reconocimiento alguno y así demostrar que tengo sobradas
razones para ser insegura, y en el fondo tener toda la razón, que en definitiva
es lo que me importa. ¿Me seguís?
—Sí,
claro que sí pero, volvamos a él. ¿Qué más me podés decir de de él?
—Que es
hermoso...
—Pero eso
ya me lo dijiste, María. ¿Qué más?
—Que
proyecta, ¿sabés?
—No
entiendo.
—Claro,
como en un sentido psicológico, ¿viste...? Como cuando los psicólogos dicen que
proyectás en el otro cosas tuyas. Creo que también lo llaman sublimación,
¿puede ser? Estoy chamuyando, no tengo idea, pero la cosa viene por ese lado.
—Si me
das algún ejemplo...
—Sí. La
primera vez que lo vi (por Skype), me dijo algo muy raro; como una afirmación,
una exclamación, me dijo "Cómo me vas a lastimar". Me desorientó. No
entendí nada. No me conocía y yo realmente me creo incapaz de lastimar a nadie.
Soy grande. No estoy para juegos: o te quiero o no te quiero. No amanezco un
día de golpe con un domingo siete cualquiera... Hoy lo entiendo. No hablaba de
mí. Hablaba de él. Que vos me vas a romper el corazón, me decía; y él me lo
rompió a mí. Me subió al cielo, ¿sabés?, lo más más alto que me hayan subido
jamás. Hasta me invitó a viajar por todos lados; me invitó a Nueva York… Imaginate.
¿Cómo no querer creerle? Vos sabés lo que sueño con conocer Nueva York… y más
enamorada. Al principio sospeché, me dio miedo, desconfié pero después me
entregué porque el disfrute me puede de manera escandalosa. Construyó, para mí,
una escalera altísima discursiva y yo subí. Y para subir hacía falta creer lo
mínimo. Y lo creí. Y una vez arriba la confianza ya fue plena, total, infantil.
Yo no lo iba a soltar, y en las nubes habría dado mi brazo derecho jurando que
él tampoco lo haría. Pero lo hizo. Me soltó la mano desde lo más alto.
—¿Duele?
—Me estás
jodiendo… ¿No?
...
—¿Qué
más?
—En otra
ocasión, antes de vernos por primera vez me dijo que él nos tendría que cuidar
a los dos de mí, porque yo iba a tratar de boicotear constantemente la relación.
—¿Eso te
dijo?
—Te juro,
palabras textuales (ya sabés que yo me acuerdo de todo, todo). Y ni siquiera me
conocía. Pero reconozco que en un punto casi le creí porque es cierto que tengo
tendencia a autoboicotearme... Y dije, ¡Es brujo! Pero después me di cuenta de
que no en las relaciones. No cuando hay un otro. Cuando hay un otro soy lo más
generoso que puede existir pero, con las cosas mías y solo mías, ese ya es otro
cantar: soy la primera en autoboicotearme. Por eso un poco se lo compré.
—¿Y qué?
¿Hubo boicot?
—No sé,
¿vos qué decís? ¿Llamar a la exesposa desde el iPad con mi Id configurado te
parece que aplica como boicot? Desde ese momento en adelante pasé de reina a
plebeya, a desecho humano en un abrir y cerrar de ojos.
—Inconsciente...
—Como
sea, el resultado es el mismo. (...) Sabés que tuve una leve sospecha en la
última cena que compartimos —una noche soñada, allá por las nubes más altas,
una noche de luna llena y sexo del mejor—. En franca conversación me dijo que a
él todo lo que había logrado en la vida le había costado muchísimo, porque
siempre se había boicoteado en todo: el colegio, la carrera, el trabajo, etc.
(dijo Etcétera, sí, dijo Etcétera).
—Y vos
hiciste la asociación, ¿no?
—Borrachita
y todo como estaba, sí, inmediatamente. Entendí que era él el que iba a
boicotear lo que él mismo fundamentalmente había construido. Me dio miedo
pero lo negué. Lo ahogué en un trago largo. Un horror: dejo pasar todo cuando
adoro a alguien como lo adoraba a él. Lo amaba, ¿te dije? Amaba todo de él. Y
no era una persona para nada fácil.
—¿Por
qué?
—No sé.
No te sabría decir. Supongo que por todas estas cosas que te cuento. Por lo
mucho de cartón pintado que trae consigo. Lo destructivo que esconde detrás de
tanto palabrerío, detrás de tanta intensidad. Que también me lo anunció y yo también (¡cuándo voy a aprender!)
elegí no escuchar. Me dijo que él era lo mejor que pasó en la vida después de
mi hija y agregó, textual, que Mirá que por donde paso no vuelve a crecer ni
el pasto. Estás advertida. Todo me lo había anunciado. Todo me lo había
avisado. Y el que avisa no traiciona. Pero todo desde el inconsciente, desde la
mayor sutileza. Yo no quise leer entre líneas. Elegí disfrutar pagando el
precio de quemar todo mi jardín.
—¿No era demasiado precio para el disfrute?
—Sí, pero yo me abuso de mi jardín. Porque sé que es tan bueno que
rebrota y cada vez más lindo. Pero voy entendiendo, experiencia a experiencia,
que no es la manera. Que seguramente hay otra forma más sana de disfrutar.
Basta de pijazos. Falta amor, ternura, dulzura y don de gente. Consideración,
¿sabés?
—¿También es desconsiderado?
— Desconsiderado y cagón. La persona con menos pelotas que haya conocido
en toda mi vida. Si hay algo peor que alguien cagón, es alguien que se revela
cagón después de sembrar una imagen tremenda de compadrito devorador del mundo,
de guapo total y absoluto. Las pocas pelotas que tiene están achicharradas en la mano derecha de la ex. Desapareció de la noche a la mañana,
sin decir aguavá porque ella lo amenazó, usando al hijo como moneda de cambio.
Ni un aviso, ni un mensaje tranquilizador, ni una palabra de ánimo. Yo, que
hasta el día anterior era el amor de su vida, de golpe no valía ni siquiera el coraje de decirme, por carta, por teléfono público, por paloma
mensajera, señales de humo o lo que fuera, Estoy en un quilombo tremendo, quedate
tranquila que lo voy a resolver, te quiero… No, señor. Nada. Silencio. A él, que
le sobraban las palabras por todos lados, ante la primera dificultad seria se
quedó sin una sola.
—Un trucho…
—Qué sé yo… Es medio cruel decirlo así. No creo que sea intencional. No
le saldría tan pero, tan bien si fuera intencional. Creo que es inconsciente. Un fabricante de mentiras… pongámosle
inconsciente. Nadie quiere creer tanto como él sus historias. Trabaja de eso.
De construir con palabras —esto me lo dijo él, eh— y cree que con eso alcanza.
Pero no es ningún estúpido, por favor, no te confundas. Sabe que los hechos son
lapidarios. Y se esforzó mucho por ser consecuente. Creo que me quiso. Que en
verdad me quiso. Necesito creer que me quiso; que él también me adoró.
—Igualmente
no entiendo por qué seguiste insistiendo incluso cuando desapareció… Por qué todavía
creías en él cuando ya habías visto todo esto.
—Porque yo estaba bien dispuesta a lidiar con toda su rareza. Porque lo
quise incluso con su rareza. Porque yo también tengo toda mi rareza y todos en
un punto la tenemos. Yo quería, si él tan solo me hubiera dejado, lidiar con su
rareza. Y crecer. Juntos.
—Tal vez él se dio cuenta de eso, ¿no lo pensaste? Y le dio miedo… Hay
que tener huevos para querer crecer. Más al lado de alguien.
—La verdad ni lo había pensado. Gracias... Creo que me deprimí.
— ¿Te querés matar?
—Y sí. Un
poco sí. Bastante. Porque le creí todo, ¿sabés? Cada palabra... Y porque era
hermoso. Es. Pero era cuestión de tiempo parece. En realidad, te digo, no me decido
entre putearlo o agradecerle.
—¿Qué cosa?
—La premura para revelarse. Yo estaba dispuesta a tener un hijo con él. Hasta llegué a hablarle a mi hija de él... Imaginate qué estúpida. No... yo no puedo estar
con alguien que ante la primera dificultad me suelta la mano completamente como si yo fuera la peste en persona.
—Pero vos
sos inteligente, María... No necesitabas que se revelara.
—Sí. Soy
una persona muy inteligente que tiene especial debilidad por los cuentos de
hadas desde muy pequeña. Especialmente por los que son too good to be true. Un mal que me acompaña desde siempre.
—¿Y qué
vas a hacer?
—Nada… Escribir
para sanar, para que vuelva a crecer el pasto en mi jardín, ¿sabés? Y tratar de
olvidarme de todo. Tratar de olvidarme de Nueva York.